dijous, 12 de juliol del 2018

El cuento de la novela catalana (con 30 y pico adjetivos catalanes)

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El escritor catalán, lleno de buenas intenciones y creyéndose lo que le han dicho (eres una promesa de las letras catalanas) se levanta temprano, se ducha y busca el coche que dejó aparcado en la calle, dos calles más allá. Su economía no le permite pagarse un garaje como dios manda. Hoy se va para un festival de novela catalana que se celebra en un pueblo catalán cuya principal actividad económica es la producción de vino catalán. Aunque también elaboran rifaclis, unas galletas catalanas, adustas y algo correosas (aunque nutritivas) no aptas para dentaduras postizas.

La ruta es larga y transcurre bajo un cielo triste y catalán, de nubarrones gris de Payne. (En sus tiempos mozos, el escritor catalán probó suerte con la acuarela y por eso retumba en su recuerdo el fascinante gris que -dicen que- inventó William Payne a principios del XIX.

El siglo XIX viene bastante a cuento, ya que de cuentos del XIX trata el asunto. Mientras el escritor catalán conduce hacia el pueblo del festival piensa, disgustado consigo mismo, que lo que ha publicado se parece mucho a las cosas que se publicaban en el siglo XIX: no deja de ser, otra vez, "la marquesa salió a las cinco".

Sabe que la fórmula es obsoleta, vieja y cansina. Pero también sabe que la narrativa catalana de hoy es eso y nada más que eso. Le gustaría escribir como Barnes, por ejemplo, recordar las enseñanzas de Bajtín mientras escribe, tener presente a Vila-Matas, a Roland Barthes, a Laurent Binet. Pero sabe que ni el editor (catalán) ni el hipotético lector (catalán) van a apreciar esos esfuerzos. Lo que le piden es un argumento facilón, un protagonista simpaticote con quien empatizar y una resolución del conflicto que se parezca a la fábula moralizante. Como por ejemplo lo que hace ese chico que escribe en el tiempo libre que le permite su labor como policía autonómico catalán, sin ir más lejos. La prosa del agente del orden es estéril y mala de narices, pero eso es lo que le gusta al público catalán de hoy.

Cuando llega al pueblo catalán busca el lugar del evento, no lo encuentra y pregunta por la calle a uno de los escasos viandantes. Se le ocurre un cuento sobre pueblos fantasmas, dimensiones paralelas y otros horrores cósmicos. Se acuerda de Innsmouth, el pueblo de un gran cuento de Lovecraft. El paisano le indica. Lo hace con esa actitud catalana del interior tan característica, antipática y sarcástica. Eso es la Cataluña interior, se dice, ya sabías a lo que ibas.

En el lugar del evento literario catalán, sumido en una penumbra litúrgica y catalana, hay unos pocos acólitos. ¿Cincuenta? Catalanes todos. Todos parecen muy atentos, religiosamente entregados. Sus padres escuchaban a los ministros de Franco con la misma reverencia sumisa, entrenados en la obediencia a la autoridad competente. De nuevo acude Lovecraft a la mente del escritor catalán. Dagón, se dice para sus adentros. Les hecha una ojeada y descubre que son los mismos que se encontró en otro evento catalán y similar que visitó unos meses atrás, en otro pueblo catalán. Las mismas caras. La misma ausencia de juventud. Algo sugiere una secta, más bien senil y con una sospechosa tendencia a usar complementos de color amarillo en su atuendo. Eso amarillo debe significar algo, algo oscuro, sin duda. Ahora el escritor ya no piensa en Lovecraft si no en aquel cuento escalofriante de Robert Chambers, "El rey Amarillo", que es, a su parecer, el más terrorífico cuento de terror jamás leído.

Algunas caras  de los feligreses le son conocidas. Bueno, en realidad casi todas lo son. Casi todo el mundo es autor (o autora) de alguna novela, de alguna novelita. Nadie lee, solo escriben. Nadie compra libros. Hay abundancia de señoras, y todas ellas en la edad de la respetabilidad. Se sienta y escucha. Alguien, de entre la tiniebla, le ofrece una copa de vino catalán. Bebe con nerviosismo. El vino es bastante malo. La literatura catalana vive de mujeres maduras que escriben novela breve, mujeres que escriben reseñas en blogs en donde otras mujeres aplauden las reseñas y prometen comprarse el libro recomendado, aunque eso último sea mentira, una mentira de esas, tan catalana y tan consentida. Todo el mundo sabe que en Cataluña no se venden libros. Vender libros aquí es, más o menos, como vender jamones de cerdo ibérico en Meknès.

El escritor catalán se siente incómodo. Nadie le mira, nadie le saluda. Le hacen saber, a su modo silencioso, que le han invitado, si, pero que eso es tan cierto como que no es bienvenido. A veces, ese escritor ha publicado críticas que hirieron sentimientos patrios y fueron tomadas como burlas u ofensas entre graves y muy graves. Quizás tengan razón, pero ahora ya es demasiado tarde para lamentarse.

Así que, aprovechando el anonimato que le brinda la parroquia catalana -ahora están ensimismados escuchando a una vieja gloria tan nostálgica y trágica como catalana, cuyo rostro quiere emular a Núria Feliu- se desliza con suavidad hacia la puerta que le brinda una escapatoria cobarde e indigna, pero necesaria.

Afuera el cielo sigue gris y apesadumbrado. Pero el aire es fresco y las bajas presiones que conlleva la borrasca le animan.

-Ep, vostè! On va? -escucha la voz detrás suyo pero no osa darse la vuelta y se apresura hacia el lugar en donde dejó el coche. Desea irse, irse lejos de aquí, hacia el mar o hacia donde sea- Vostè no és l'escriptor català que venia a la taula rodona sobre èxits i llorers de la novel·la catalana?

-Me han confundido -murmura mientras echa a correr, desafiando su sistema respiratorio asmático- No soy de aquí, yo no se nada, discúlpenme, todo ha sido un error, un error lamentable, lo siento.

La insuficiencia respiratoria del desdichado autor catalán detiene su carrera. Su perseguidor le alcanza. Una mano huesuda y leñosa le agarra por el hombro derecho. La garra le presiona de tal modo que podría dejarle una huella indeleble.
-No... es que yo... yo no soy catalán -se le ocurre declarar, a modo de disculpa.

- Ah. D'acord. Pot marxar. Però intenti no molestar-nos mai més. El nostre mal no vol soroll. Recordi això, que és molt important. Li ho repeteixo per darrera vegada: el nostre mal no vol soroll, i vostè no és ningú...

La mano le suelta despacito.

-No, no, por supuesto que no. Lo entiendo. Eso no volverá a suceder.

Poco más tarde llega a Miami Platja, en donde el escritor catalán se detiene ante un garito con rótulos en inglés y allí se emborracha con cervezas irlandesas y del país de Gales, dispuesto a morir por exceso de alcohol. Cuando a la mañana siguiente se desvele tumbado en la arena de una playa desconocida pero catalana, creerá que todo ha sido una pesadilla. Y volverá a su vida y no intentará publicar jamás nada más en lengua catalana. Por si acaso.

3 comentaris:

  1. Sera por eso que yo solo escribo en castellano, ya me he leido varios imbebibles con diccionario en mano ¿Porque esa obsesion de muchos escritores catalanes actuales de escribir de forma rimbombante y con palabras de hace dos siglos, o más. ?
    Muy bueno, siempre pones el dedo en la llaga.

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  2. No hay nada como la experiencia. Nada.
    Un abrazo
    salut

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  3. Doncs el "surtido de rifaclis" sempre m'ha semblat la mar de bo...

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