dimarts, 30 de juliol del 2019

Leer, releer. Y el hastío de la novela negra

Resultat d'imatges de la verdad sobre el caso harry quebert

En el verano, el deseo de releer novelas leídas en la primera juventud lo puedo actualizar. Me pregunto qué significa ese deseo, uno de los pocos que perviven en mi líbido fatigada. Sea como sea, no solo releo si no que retomo la escritura en este blog, en estado de abandono desde febrero (un abandono justificado por el título de la entrada anterior: "Y dejar de escribir").

Con el paso del tiempo, se esfumó mi curiosidad por el género denominado "novela negra" y que nadie es capaz de definir muy bien. Lo siento por los conocidos que afirman ser capaces de definirlo y se esfuerzan en su noble propósito (un propósito tan loable como el del santo de Asís, que pretendía dialogar con las bestias). Una de las primeras dudas que me asalta ante este género no es a qué se refiere el adjetivo "negra", sino que mi duda afecta al sustantivo: ¿pueden ser consideradas "novelas" unas narraciones pueriles, maniqueas y simplonas que, bajo la pretensión declarada del "entretenimiento", tan solo consiguen ruborizar al lector, aquejado por esa vergüenza ajena tan molesta?

Bueno, voy al asunto. Me he reencontrado con "Los demonios" de Dostoievsky, con "Netchaiev ha vuelto" de Semprún y con el "Santuario" de Faulkner. Son tres autores que se esforzaron en defender una tesis, y a los tres les veo sudando tinta para lograr su objetivo, nada fácil, para cortocircuitar el cerebro del lector, para incomodarlo, para recordarle que mantiene la facultad de pensar. Los releo a ratos, desordenadamente y a la vez, y a menudo ni tan solo uso el punto de libro: los abro al azar, por donde se abran (los libros, como otros objetos, tienen voluntad y sentimientos) y así consigo darles una nueva textura, una profundidad inesperada. Aunque hay momentos en los que no sé si Netchaiev apareció en Los demonios (cosa probable) o si, por el contrario, Stavroguin es el protagonista de la novela de Semprún. Eso tendría un pase, porqué Semprún se inspira en Dostoievsky, pero luego están Lee Goodwin y Ruby, que se me pasan de novela a novela y consiguen que espere la aparición de Ruby en un capítulo de "Los demonios", cosa que no sucederá, aunque la evidencia tarde varias páginas en tomar una forma sólida en mi mente.

Las últimas lecturas de lo que las editoriales editan bajo el sello de "novela negra" me dejaron hastiado, y no me sacaron de mi hastío las novelas negras clásicas, puesto que, leyéndolas, no podía soslayar la acusación de culpabilidad que mi corazón les atribuye, la culpabilidad indudable de ser precursoras, inspiradoras o cómplices necesarias del desastre contemporáneo. Hay una infantilización indiscutible en el "producto" cultural, y uso la expresión neoliberal a mi pesar, tan lamentable como la de "gestión de la emociones". Tuve que tragar tantas veces con la idea de que una novela, una obra de teatro o un cuadro son "productos" (así como con la idea de que las emociones se pueden -y se deben- gestionar), que al final he sucumbido, genuflexo y avergonzado, hasta la miseria que es usarlas, bajo el oscuro pretexto vergonzoso de que alguien, así, me comprenderá.

Hoy he visto a un hombre adulto, con barba canosa, circulando en un patinete por la línea blanca que separa los dos sentidos de la avenida. Pinzada bajo su sobaco raudo, viajaba "La verdad sobre el caso Harry Quebert".

Si Faulkner, Dostoievsky o Semprún fuesen jóvenes escritores a día de hoy, sin duda les publicarían a cambio de cuatro euros bajo el epígrafe "novela negra", y se verían lastrados por este sello, lastrado a su vez por esa frivolidad de la "literatura de entretenimiento" que es el eufemismo de la bazofia. La colección de Bruguera "Bolsilibros" tenía más dignidad que la mayoría de los títulos que se publican hoy con unas ínfulas insufribles. Me temo que varias novelas de García Márquez sufrirían el mismo destino oprobioso. Me sabe mal porque hay autores que se esfuerzan por escribir textos dignos que terminan en colecciones "negras", cayendo así en el pozo de lo prescindible junto a los que lo merecen por méritos propios.

Se avecina el año Melville, y me huelo que al pobre Herman serían capaces de publicarle bajo el mismo sello: "Benito Cereno, la novela negra más emocionante del año". No descarto que un editor le corrija el título y le estampe "Benito Sereno", por no decir que, en catalán, sería editado como "Benet Serè", en una nueva muestra de la superioridad intelectual de la cosita catalaneta, que es algo indiscutible.