dimarts, 28 de juny del 2016

Macbeth en Florida, según Marc Behm


No pretendas saber más
Marc Behm, 1993
Traducción de Nuria Lago
Editorial Thassàlia, Barcelona, 1995

Ahora mismo me acabo de dar cuenta de que "Marc Behm" y "Macbeth" tienen un parecido fonético muy sugerente. Lo escribo aunque se que eso está cogido por los pelos. Un día de esos me voy a encontrar una pandilla de intelectuales en la esquina y me van a propinar una paliza. A veces sueño con ello. No soy un intelectual ni lo voy a ser ni me interesa. Por más libros que lea. Nunca leí a Shakespeare en su idioma original. Tampoco a Proust. Es más: a media lectura de Proust (traducido) cerré el libro y me puse con "El cetro de Ottokar", uno de mis tintines preferidos.

Sin embargo, se que "No pretendas saber más", el título de la novela de Behm que pretendía reseñar, es una cita de Shakespeare, sacada de Macbeth: "no pretendas saber más" es que lo que le responden las brujas, al principio, cuando el héroe sanguinario les pide más información sobre el futuro que le espera. Los lectores nacidos en la clase baja nunca llegaremos a intelectuales pero tenemos nuestros recursos y nos apañamos. Uno aprende a sobrevivir cuando ha nacido en el lado malo.

La protagonista se llama Lucy y la acción transcurre en Santa Lucía, Florida, sur de Estados Unidos. La novela es un juego diabólico, un laberinto obsesivamente cerrado, sin salida, sin centro y sin premio. En este caso Behm se inclina por el underground más pesimista y más negro y por una escritura liberada de manías, de pamplinas y de tabús. Más desatado que en textos anteriores, Behm se suelta en manos de una escritura salvaje y sin remilgos que encandilaría a Freud, a Lacan y a Otto Rank. La novela no es apta para mojigatos.

Lucy es una trabajadora del infierno. Se diría que una obrera de rango más bien bajo. Su trabajo consiste en irse a la Tierra a recoger las almas de los que pactaron con el diablo a cambio de algún favor. Cuando el tiempo de su contrato expira, deben entregarse al príncipe de las tinieblas. La mayoría se resisten o lo esquivan, pretenden engañarlo. El asunto está prestado por la literatura popular. Hay que ir a buscar a los listos que quieren estafar a diablo. Lucy no se lleva sólo su alma: también su cuerpo entero. Parece que Satanás es un tipo materialista.

Lucy aparece en un avión que inicia la maniobra de aterrizaje en Ashland, Kentucky. En lugar de subir des de las profundidades, Behm situa a su heroína en el cielo y descendiendo. Allí recoge a un cura profesor de teología que ha decidido sacrificarse en un arrebato pedagógico: quiere demostrar a sus alumnos que debe temerse a las fuerzas metafísicas.

Luego se va para Florida y llega a Santa Lucía. En Santa Lucía, Lucy pierde facultades igual como la santa perdió los ojos. Debe encontrar a Walter Gösta, un tipo que pactó con el diablo por diez años a cambio de tener un pene enorme y siempre dispuesto. Pero el hombre se oculta muy bien. Lucy empieza las pesquisas con las técnicas detectivescas al uso de la novela idem. Seguimientos de familiares y conocidos, amantes y demás allegados del objetivo. Es así como Behm nos sumerge en un entramado de personas francamente deplorables. No hay nada positivo en ninguno de ellos y todos tienen un denominador común: el poder. Un fiscal, una policía, la dueña de una casa de masajes, un forense inmensamente rico, su mujer... Uno tarda poco en darse cuenta de que Lucy ha entrado en la corte de Macbeth. Gente ambiciosa y sin escrúpulos, profundamente pervertidos y nocivos emparentados entre ellos ya sea por la sangre, el crimen o la codicia.

Behm se permite un juego de espejos a través de Shakespeare, ya que mientras lleva a su Lucy por lo que parece el castillo escocés nos habla contínuamente de Otelo, ya que sus personajes están obsesionados con esa pieza sobre dudas, celos y sospechas. Como es habitual en Behm, los giros más imprevistos son posibles. Aunque en esta novela (a diferencia de El ojo del observador y de Un hombre al margen) no hay ningún personaje positivo ni ingenuo. El lector no puede empatizar con nadie aunque, por eliminación, termine por desear que la diabólica Lucy se salga con la suya.

Aún así, ante un texto tan pesimista y tan preñado de oscuridad malsana que lleva el hastío hasta más allá de lo soportable, el lector va a encontrarse con ese lenguaje y esa prosa sugerente, ligera, brillante y delicadamente elaborada de Marc Behm, que es elegante incluso en los fragmentos más atroces. Hay una ironía y un distanciamiento envidiables en su retrato de una especie humana imperdonable: el diablo debería llevarnos a todos, como en la danza de la muerte medieval. Aquí nadie se salva. Ni Dios se merece compasión alguna.

Como en otros textos del autor de New Jersey emigrado a Francia, "No pretendas saber más" establece un juego entre ficción y realidad propio de un genio del funambulismo y la prestidigitación, dueño de una maravillosa capaciad para situar personajes fantásticos en el mundo más cruelmente real. Quizás supo fusionar como nadie la tradición de la literatura realista norteamericana (aquello del "dirty realism") con el fantástico europeo. En esta novela subyace una interpretación libre y salvaje de "El maestro y Margarita" de Bulgakov, la novela genial que situa al demonio en las calles de un Moscú absolutamente real y verosímil.

"No pretendas saber más" es el relato de la masacre moral y carnicera que cometen los seres humanos consigo mismos, para la cual las fuerzas del Demonio son, en realidad, prescindibles. Behm no deja ninguna razón para el optimismo ni la esperanza. Cuando se termina la lectura, el lector debe buscar los clavos ardientes a los que asirse por su cuenta y riesgo, igual como sucede después de Otelo o de Macbeth.


dimecres, 22 de juny del 2016

Marc Behm: la ampliación del género negro



Este texto ha sido posible gracias a Jordi Canal, que me presentó a Marc Behm. 


Marc Behm (New Jersey, 1925 - Fort Mahon Plage, Francia, 2007) es un autor poco conocido, adscrito al género negro, novelista y guionista de cine y posiblemente un autor de culto. Hice una reseña de su obra "El ojo del observador" aquí, puesto que la primera lectura de Behm fue como un fogonazo. Leer una novela de Behm es lo mismo que estar invitado a un fiesta brillante, delirante y magnífica. En la que se celebra del sentido de la literatura de ficción.

Behm es oportuno hoy en día. Debo decir que admiro a Ross MacDonald, a Hammett, a Ellroy e incluso a Chandler o a Thompson (entre otros), a los que les debo horas de lectura muy gratificante en este género. Pero una vez hecho el homenaje a los maestros, también debo hablar de los escritores que han pretendido innovar en el género, aportar puntos de vista y cuestiones nuevas, buscarle las cosquillas y ampliar su campo de batalla.

Para el lector cansado de novela negra convencional, rígidamente sujeta a los estereotipos y los cánones y las convenciones, Behm es una ventana abierta que aporta aire fresco, aunque algo enloquecido. Para el lector inquieto y sabedor que eso del género negro no es nada más que la mirada pesimista y la atmósfera, Behm es la voz renovadora pero a la vez profundamente respetuosa con el pesimismo. Su protagonista es, invariablemente, la figura del perdedor. Del perdedor predestinado, como en la gran literatura clásica. Su obra tiene algo de Sófocles y de Eurípides, y lo digo sin riesgo. La galería de perdedores y fracasados de Behm sale de una investigación profunda sobre el personaje que incluye el conocimiento de la historia de la literatura.

Después de "El ojo del observador" emprendí la lectura de "Un hombre al margen" (Off the Wall, 1990) y "No pretendas saber más" (Seek to Know no more, 1993), en donde Behm demuestra una maravillosa capacidad para encontrar a esos magníficos perdedores, siempre distintos pero semejantes, empatizar con ellos, acercarlos hasta la más proxima intimidad visceral del lector y dinamitar, así, los límites del encorsetado mundo de la novela negra.

Si en "El ojo del observador" seguimos las peripecias del detective que empatiza demasiado con la asesina serial que persigue y le allana el camino para que la pasma no la pille, en "Un hombre al margen" conocemos a Patrick Nelson, un tipo solitario, aburrido, desarraigado de la vida y soñador de sueños delirantes al que la aparición de un asesino descuartizador en el barrio le llena de sentido su vida.

Nelson pasea todas las noches por las solitarias calles de un barrio de Los Ángeles. No tiene sueño: su vida es tan anodina, vacía y desocupada que llega a la noche sin que necesite descansar. Descansar ¿de qué, para qué? Es así como se presenta en el escenario del crimen: tras un paseo sin dirección ni sentido, como el deambular de Walser o las rutilantes derivas callejeras de Daniel Quinn, el protagonista de la magistral "Ciudad de cristal" de Auster (Trilogía de Nueva York, primer libro).

Nelson contempla el cadáver troceado y los polis husmeando, rastreando alrededor del muerto como aves de carroña. Entre ellos está la joven ayudante de detective Jenny, que se le aparece como el ángel de la salvación. Es ella, la mujer que dará sentido a su vida, la mujer que lleva esperando toda la vida. Patrick emprende enseguida la única estrategia posible que le puede acercar a Jenny: dejar pistas falsas que le incriminen, para que sea Jenny quién le persiga y se meta en su vida.

Behm nos lleva de la mano por el delirio y la locura abismal de Nelson. En este caso, a través de una historia de amor desesperado. Behm también domina el contrapunto y la distancia que reclamaba Beckett, y lo hace a través de unos breves excursos, en los que asistimos a las reuniones de unos policías zafios y patéticos, sumidos en una profunda ignorancia y un analfabetismo que les convierte en unos bufones maléficos y peligrosos (¿payasos asesinos?). Los diálogos de los policías debatiendo remiten (como otras partes del texto), a las mejores escenas de "M, el vampiro de Düsseldorf", la obra maestra de Fritz Lang en su glorioso periodo alemán, cuando profetizaba la llegada del nazismo a través del clima policial.

Behm es un narrador libre, desatado, feliz: prescinde de las convenciones sobre el punto de vista, sobre los cánones que aprisionan al narrador y al autor. Cambia los tiempos y las personas del verbo sin perder jamás el control de lo que se quiere transmitir. Sin compadecerse de su pobre Nelson, consigue que el lector le ame y le compadezca, que le desee lo mejor. Que rece para qué le salgan bien sus planes amorosos/criminales aunque uno sabe que eso es imposible, que va a terminar fatal. Behm no es ingenuo (eso lo sabe el lector des del primer instante): la historia termina muy mal, inevitablemente, para el desdichado Nelson. Pero este viaje des del insomnio delirante hasta el desastre es impagable, fascinante, una celebración de la literatura.

(Dejo para otro día la reseña de "No pretendas saber más", la historia de Lucy, encargada por Lucifer de recoger las almas de los que pactaron con el Maligno y se les ha terminado el tiempo en la Tierra, mirada fascinante sobre el asesino serial que haría empalidecer de vergüenza a algunos guionistas de cine).

Marc Behm es una lectura altamente recomendable para lectores (y escritores) de estas latitudes, y especialmente para los inquietos, los que buscan límites y sus ampliaciones. Para los que se sienten hastiados con tanta novelita de procedimiento policial, o en su defecto por las que tratan del mundo de la delincuencia des de una mirada vacía e inane, hecha de tópicos y de mentalidad piadosa, burguesa (o hamburgesa, como suele decir Gonzalo Garrido).

La lectura de Behm es una fiesta de la literatura. Behm responde a la pregunta ¿qué sentido tiene escribir ficciones y mentiras?

[La edición de "Un hombre al margen" se la debemos a la extinta editorial Thassàlia, impulsada por Joan Agut, al que conocí bastante bien hace unos años (era un amigo de la familia).] 

dilluns, 20 de juny del 2016

Cuando el narrador no es fiable, según Henry James


Hay un restaurante en Barcelona en donde se sirve a oscuras y el comensal no sabe qué está comiendo. Debe agudizar sus sentidos y su inteligencia. Ni puede ver lo que come ni nadie se lo cuenta. Esta experiencia, llevada a la literatura, es lo que nos ofrece Henry James en "La fontana sagrada" (The Sacred fountain, 1901).

Por estos días, editorial Valdemar está estudiando qué reediciones serían las preferidas por los lectores entre su extenso catálogo. En la lista de libros candidatos está justamente "La fontana sagrada", número 20 de la colección Gótica (1996), que es el libro que he terminado de leer estos días.

Escrita hacia el final de su vida y justo después de la brillante "Otra vuelta de tuerca", James construye un texto único en la historia de la literatura contemporánea. Hay elementos de su texto anterior (la mansión aislada en la campiña, el paisaje luminoso y triste, el jardín extraño), pero James sigue investigando sobre la figura del narrador, llevándolo un poco más allá y hacia límites que le convierten en el precursor de formas muy actuales de abordar el asunto.

Algunos críticos afirman que el narrador es el mejor personaje de la obra de Henry James. Y es evidente que el escritor descubrió posibilidades hoy todavía poco explotadas. En varios textos del escritor americano nacionalizado inglés se trata del tema, al que le dio vueltas y más vueltas en un ejercicio complejo que le proyecta hasta la más rabiosa actualidad.

James también es un ejemplo brillante de como establecer una relación nueva entre el texto y el lector. La lectura de "Otra vuelta de tuerca" y todavía más la de "La fontana sagrada" son lecturas intensamente activas, ya que el narrador oculta, no comprende o manipula lo narrado. Es el lector quién debe pensar y llegar a conclusiones objetivas (si es que las hay, ya que eso tampoco queda resuelto). Dicho de otro modo, son lecturas solo aptas para un lector activo, analítico y crítico. Crítico con ese narrador al que nos creemos en virtud de un pacto, la "suspensión de la incredulidad" (según la expresión de Coleridge), que James deja en entredicho.

En "La fontana sagrada" hay un trabajo minucioso (y precioso) sobre ese narrador del que se desconoce el nombre. A medida que uno lee descubre que lo narrado importa poco, ya que lo que pretende el texto es intentar comprender quién lo narra. Así, uno va descubriendo los mecanismos mentales de la voz que habla: sus prejuicios, sus temores, sus complicados juegos argumentales, sus obsesiones, su proceso de percepción y análisi de la realidad. Y todo ello debe ser sometido a cuarentena, ya que posiblemente se trata de un narrador alterado, quizás demente. Si eso es así o no deberá decidirlo cada lector. Ese es el verdadero asunto, el argumento de la novela. Al final, uno se da cuenta de que James le ha llevado de la mano de un loco a lo largo de más de 200 páginas. Cuando uno llega al punto final, no tiene más remedio que volver a la primera página para intentar confirmar esta hipótesis. Entonces descubre que quizás en la primera página ya estaba planteado todo el asunto, debidamente codificado.

El narrador espera en una estación de tren. Ha aceptado la invitación para pasar unos días en una mansión de la campiña inglesa. En el andén observa las personas a su alrededor, buscando a otros posibles invitados. Ya en este instante, cree descubrir que a algunos les sucede algo raro, que se ha obrado un cambio inexplicable en ellos. Una mujer que antes era fea se ha vuelto bella, un hombre joven ha envejecido súbitamente y un imbécil se ha vuelto agudo e inteligente. El narrador no podrá abandonar este pensamiento en todo el tiempo, y dedica obsesivamente los días de su estancia en la gran mansión a esclarecer el misterio.

Como en "Otra vuelta de tuerca" se insinúan posibles fenómenos extraños e inexplicables científicamente. Uno podría sospechar que está leyendo un relato de vampiros. La presencia de una pintura inquietante (y soberbiamente descrita) en la pared de un salón invita a esta especulación, pero al fin y al cabo todo lo que se ve es lo que mira el narrador. No tan solo eso: es lo que el narrador dice ver, sus apreciaciones. La figura del cuadro es misteriosa en su conjunto, pero el núcleo del misterio se halla en la mano del personaje, que sostiene un objeto ambiguo. El narrador nos da su versión de ese objeto, pero al lector atento no se le escapa que la descripción es parcial y tendenciosa, que posiblemente no describe objetivamente. ¿Qué pasaría si el narrador estuviese loco?

La figura el narrador poco fiable es tremendamente sugerente, y cabe decir que poco explotada por la narrativa actual, embarrancada en un narrador clásico y aburrido, poseído por un tono didáctico bastante irritante. Es justamente en el cine y en las series en donde esta posibilidad ha sido más y mejor aprovechada. Aunque soy poco asiduo del formato "serie televisiva", tengo dos buenos ejemplos del uso inteligente del narrador poco fiable: True detective y The Jinx. En ambos casos, se le pide al espectador que piense, analice y llegue a sus conclusiones.

En el terreno literario, este es un campo todavía por cultivar. Y es una pena, porqué incluso en los noticiarios y las crónicas de la prensa uno debería tener presente la posibilidad de estar siendo informado por un narrador no fiable.

Quizás por temor al riesgo, el escritor suele dirigirse a un lector pasivo que busca entretenimiento fácil, posiblemente harto de las dificultades de la vida diaria. Sin embargo, el viraje hacia una literatura facilona y maniquea como la que llena los estantes de las librerías es un retroceso y un empobrecimiento, cuando no un insulto a la inteligencia del lector.

dimarts, 14 de juny del 2016

La meva escola d'escriptura (i 2)


Fa més d'un any vaig començar a redactar un text que aspirava a novel·la. Un argument que tracta de la desaparició, sobre les persones que s'esfumen i mai no se sap si van decidir fer mutis voluntàriament (perquè ja no podien més), o bé si algú les ha segrestades, eliminades, liquidades. Vaig investigar la qüestió i em vaig trobar en un embolic fenomenal de dades i d'hipòtesis.

Després de molts mesos escrivint, quan ja havia superat les 250 pàgines, me'n vaig adonar que només tenia una pila de paraules mal apilades, una trama estúpida amb intrigues massa previsibles i convencionals, uns girs argumentals que no passaven de ser enginyosos i uns personatges dèbils, sense profunditat ni coherència psicològica. Cap d'ells no deia res de l'espècie humana.

Quan em vaig adonar del desastre em vaig sentir ridícul. Quin sentit té escriure una trama d'intrigues que són ficció, que són mentida?

Va ser llavors, quan de la pregunta "perquè escrivim mentides?" en va sortir un indici de formulació nova, que es pot resumir així:
Un policia mediocre (que du el curiós nom de Miguel Sánchez Ferlosio) queda molt malferit en un tiroteig. El policia sobreviu miraculosament, malgrat que una bala li ha fet perdre part de la massa encefàlica. Un cop recuperat és destinat a fer feines burocràtiques (expedir carnets d'identitat) en una comissaria de barri. El policia decideix amagar la nova condició laboral a la seva dona, i per matenir l'engany li explica pesquisses, aventures i investigacions fictícies cada cop més delirants. La seva actitud pot ser la d'un amant disposat al sacrifici per conservar la persona estimada per un procediment ilícit, però també és una declaració d'amor a la ficció i al somni.
Mai no sabrem (ni tan sols ho sap el narrador) si el policia vol enganyar els altres o enganyar-se sobretot a sí mateix a través de mentir als altres. Com un novel·lista qualsevol. 
Miguel Sánchez Ferlosio inicia un combat contra la realitat, a llom del cavall de la ficció. És un combat que només pot acabar com el rosari de l'Aurora. 
Reconec el risc que corro en revelar la sinopsi del text. Però a la vegada estic tranquil: he ocultat dades importants i d'altra banda només he exposat una idea. I una idea, per sí mateixa, no té cap valor. Sense una escriptura acurada, sense un bon treball d'imatges i de lèxic i de sintaxi aquesta idea no és res.

Començo a reescriure de nou, des de zero. Quan em poso a escriure tinc l'ordinador apagat. Escric amb ploma sobre paper llis. L'ordinador tancat m'evita caure en la temptació tramposa de voler aprofitar fragments escrits anteriorment. Plagiar-se un mateix és el més deshonrós dels plagis, encara que no sigui delicte.

Aprofitar fragments anteriors seria com usar l'estratègia del botiguer mesquí que desempolsina un article vell per provar de vendre'l, a un client distret i al preu d'avui. En el meu cas, l'estratègia seria molt lamentable, ja que jo sóc alhora el botiguer barrut i el client ingenu.

Em poso a reescriure, per tant, amb la pretensió de tenir aquests principis elementals ben digerits:
  • Escriure és difícil. Construir una bona frase darrera d'una altra costa esforç i temps. (En el meu cas, també demana tabac). Construir coses ben fetes costa molt de temps.
  • Escriure no és divertit, ni t'ho passes bé fent-ho. Escriure és avorrit i tediós i a més a més fa patir. Escriure pren temps de la vida, i aquest temps és irrecuperable. Escriure no és viure. És com picar pedra i trencar la peça sovint i haver de tornar a començar. Posa en risc la teva persona en allò més íntim. Hi arrisques, abans que res, la teva autoestima. Això deu explicar aquests egos dèbils revestits d'arrogància que pengen 10 vegades per dia al facebook el seu llibre del dret i de l'inrevés, voluntariosos i insistents venedors de crecepelo.
  • Cal pretendre una escriptura elaborada i rica (no espessa, no críptica). No es pot cometre l'error d'abaixar el nivell sense fi per tal de fer-se accessible a tothom (aquest és un error típic del pensament catòlic que ha provocat grans desastres al món de l'ensenyament) o per vendre una mica més. Cal escriure el que es necessita escriure. Els lectors saben reconèixer-ho. I l'escriptor de males novel·les que ven molt sap que, malgrat vendre molt, és un mal escriptor. Ho sap quan es lleva i es mira al mirall. Només hi ha bons textos si respecten aquesta veritat tan senzilla.
  • Només es pot escriure després de llegir molt. Novel·la i assaig i poesia i periodisme. Cal escriure mirant-se els grans i procurar apropar-s'hi. Cal saber triar les lectures i llegir-les amb atenció, sense pressa, buscant com construeix cada frase i cada atmosfera algú com, per exemple, en Henry James a "La font sagrada" (que ara tinc entre mans) o en Joseph Conrad a "El cor de les tenebres". Picasso és un mestre de la pintura perquè va llegir detingudament els grans pintors anteriors a ell. De la ignorància només en surt ignorància, és una llei natural.
  • Una novel·la entra en un diàleg conscient amb la història de la literatura i amb la història de l'art. Des del lloc que li correspòn. Si és de gènere, entra amb diàleg amb els autors de referència del gènere. Però també amb Henry James, Conrad i Borges i Dostoievsky.
  • Una novel·la està feta de paraules. No està feta d'idees. No és un guió de cinema. Cal que expliqui coses que no sabies i t'ha de posar una pregunta, a la qual no respòn ni el text ni l'autor. (Don Quijote era boig?). Una novel·la no és un entreteniment, tot i que pot ser entretinguda de llegir. Ningú no recorda les novel·les que l'han entretingut i prou.

diumenge, 12 de juny del 2016

La meva escola d'escriptura (1)


Ara fa aproximadament un any que vaig començar a escriure una novel·la nova. Les ensopegades són constants. De fet, "novel·la nova" ja em fa ensopegar. Escriure aquest sintagma és una redundància de ximplet? Diu de mi que no estic prou dotat per a la literatura?

La setmana passada vaig començar a reescriure-la per sisena vegada. La sisena, tal com sona. Com les esposes de l'Enric Vuitè. Vaig començar-la en català i, per trencar amb el to i els tics i els meus vicis vaig reemprendre-la en castellà, per posar-m'ho més difícil. Es tracta de posar-se reptes i fer-se preguntes. En seré capaç? En sé prou? Com puc respondre'm a aquestes qüestions?

A la sisena vegada, escric en llibretes i amb ploma. L'ordinador apagat, música clàssica o, preferiblement, silenci. El so de les motos que ascendeixen pel carrer del Torrent dicta el ritme de les hores. Les llibretes sempre de fulls llisos, blancs, sempre barates. De menys d'un euro. L'ètica és important. També és important l'avorriment, el tedi, la solitud. Faig servir dues plomes. Una per a nens, amb tinta negra. L'altra adulta, amb tinta blava. Les escullo per un procediment que no puc explicar sense que se'm prengui per foll i que té alguna cosa a veure amb el Yi Txing.

Fa uns deu anys, i en una ciutat catalana de ponent, vaig escriure un text de 300 pàgines que vaig guardar en un calaix (avui el podria dur a una editorial del gènere negre amb el cap ben alt, però no ho faré). Aquella història és com el soroll de fons d'aquesta. No suporto les novel·les argumentals. Busco un argument que es pugui resumir en una línia. I un tema que demani suc de cervell. La pregunta és: què em preocupa quan escric? Quines pors i quins desitjos més ocults hi ha darrere les trifulques dels personatges? Per què vull escriure aquesta història i no una altra? Escric per una necessitat real i íntima? Quina és la pregunta la resposta de la qual és la pròpia pregunta irresolta que mou el text?

És important escriure per a convènce's a un mateix i a ningú més. Penso en escriure allò que m'agradaria llegir a mi, com si m'hagués quedat tot sol al món. Esborro la paraula lector, la paraula mercat, la paraula editor. No la paraula si no el concepte. Mentre escric no hi ha res de tot això. És molt important buidar la ment d'aquests conceptes. M'estimo els lectors i els editors, però mentre escric cometo una infidelitat radical i joiosa.

Llegeixo molt mentre escric. Llegeixo caòticament, sense ordre ni concert. De vegades només les primeres planes dels llibres. Busco textos estranys, intel·ligents, agosarats, exhaurits, marginals. Ara mateix estic atrapat a les urpes de dues novel·les delirants de Marc Behm (Un hombre al margen i No pretendas saber más), Els àngels de Sóar, Fantasmas: de Plinio el Joven a Derrida, una biografia d'Arthur Schopenhauer, ETA Hoffmann, Tintín en el nuevo mundo i El libro de los desastres. Em vull provocar un curtcircuit mental del qual n'espero molts bons fruits.

Esborro de la ment el concepte de "novel·la negra" per evitar els paranys del gènere, les seves constrictores convencions i els seus tabús. Les seves manies. No puc deixar de pensar que, avui, "Crim i càstig " es publicaria en una col·lecció de novel·la negra.

La història tracta de dos individus marginals units pel destí o l'atzar. Això és tot el que sé. Es coneixen a l'habitació d'un hospital, on els dos es recuperen de terribles traumatismes en llits paral·lels. Humor negre. L'atzar. La qüestió de l'atzar és una oportunitat que ens dóna la vida per reflexionar, precisament, sobre la vida.

Vaig néixer a Catalunya per atzar i actualment aparec a les llistes d'escriptors catalans de novel·la negra. Però això ho ha fet l'atzar. Mai no vaig voler néixer català ni escriure novel·la negra. No puc convertir en una bandera allò a què l'atzar m'ha abocat. Això són accidents, i l'accident és una categoria que no podem pretendre convertir en virtut, ni podem caure en l'estupidesa monumental de convertir-lo en motiu d'orgull. Que ningú no s'ofengui: jo ho sento així. En Muñoz Molina ho diu molt bé: "sentir-se orgullós d'haver nascut on s'ha nascut és com sentir-se orgullós de tenir dues orelles". 

De vegades me n'adono que escric sobre mi, sobre les meves obsessions i els meus somnis (no confondre somnis amb desitjos). I no escriure trames: la trama ha de ser una música de fons i l'excusa per explicar el tema. Però la trama cal sotmetre-la, maltractar-la i domesticar-la. Sense manies. Les millors novel·les que he llegit i les millors pel·lis que he vist fan això.

Necessito retrocedir en el temps per poder pensar. He situat la història als anys setanta, després als 80 i finalment als 90. No puc anar més enllà, més envant. Explico com és el món als anys 90. "El món" vol dir "el meu món", o el record que tinc d'aquell temps i d'aquell món. El text sempre té una intenció política i parla de la ideologia social del seu autor. Una de les darreres idees que tinc en estudi és situar la història en una ucronia: Carrero Blanco no va ser assassinat, i el franquisme es va perpetuar en el temps. La dictadura franquista va prosseguir i un Jordi Pujol senecte és el president de la Diputació. Exceptuant aquest "detall", la realitat de la narració és idèntica a la realitat real, allò que de forma consensuada acceptem com a real la majoria dels essers humans vivents en aquest instant.

Perquè això és el que penso: que vivim en una suspensió històrica, i que la Catalunya i l'Espanya d'avui són estrictament hereves del règim autàrquic. L'oligarquia que ens governa és la descendent natural de l'oligarquia franquista. (Potser els tombarem aviat, qui ho sap, tan de bo, però de moment són aquí, als sillons del poder).

Aquesta pot ser una bona pregunta: la nostra "democràcia" actual s'assembla a una prolongació d'una dictadura una mica tolerant?

Sense poder-ho evitar se'm cola l'element fantàstic al text. Sense la metafísica, la física queda coixa i mancada. És com un nom sense adjectius, com un nom sense cognoms. Penso en Mikhaïl Bulgakov. Crec que "El mestre i Margarida" és la millor novel·la que s'ha escrit mai. La literatura no descriu el món: l'explica a través de l'art. És fonamental mantenir aquesta idea ben present, religiosament.

També cal escriure volent fer art amb paraules. No cròniques si no art. Cal escriure sense la més mínima intenció d'agradar personalment, sense voler caure bé. És preferible escriure amb una sincera voluntat de caure malament als nostres congèneres i al nostre temps. Que poc que diria de nosaltres voler agradar a aquest món que s'esgarrifa sonorament per la mort d'un bou a Olot i passa per alt prudentment els centenars d'homes i dones i nens i nenes ofegats a la Mediterrània...!

Sóc a la sisena reescriptura del text i intueixo que va per llarg. Intueixo i temo que hi haurà una setena esposa. És imprescindible no tenir pressa. L'escriptura, com la consciència, com el món, són accidents. Si això que provo d'escriure ho acabés i es publiqués seria la meva vuitena publicació. El número vuit és el número de la bona estrella a la Xina. Però no sóc xinès. I en clau esotèrica occidental, apropar-se al 9 no és precisament un bon augur: el 9 és el final del cicle.

Els meus dos protagonistes són dos homes ferits, l'un trist i l'altre irònic, epicuri i estoic alhora. I jo sóc això: ferit, trist, irònic, epicuri i estoic. Simplement humà, violentament viu.

Diu el llop a la rondalla dels tres porquets: "Bufaré i bufaré, i al final la teva casa destruïré". Això dic jo. Escriuré i escriuré.

dijous, 9 de juny del 2016

Requiem por la novela policíaca

[El título del artículo es el subtítulo de "La promesa", la novela policial definitiva de Friedrich Dürrenmatt en la que cuenta porqué no tiene sentido este género narrativo. Admiro a Dürrenmatt por esa contradicción tan fantástica y por el error enorme que cometió, ya que vaticinó el fin de la novela policial. Lo que nos hace grandes son nuestros errores, nuestras contradicciones y nuestros actos vanos, los gestos inútiles]

Nací en Barcelona, en el año 1964.
Cuando era joven, en los 80, podías comprarte una novela de Albert Camus en un kiosko de las Ramblas. Y leer El Víbora en una terraza de la Plaza Real entre quinquis, hippis, anarquistas y vendedores de grifa mezclados con los numismáticos. Si levantabas la mirada podías ver la ventana del piso de Nazario y de Ocaña. Se escuchaba Radio Pica.
Me gustaban más aquellos tiempos que los de hoy.
El ser humano es un ser nostálgico.
Soy de una época en la que no existían los Mossos d'Esquadra y todo el mundo sabía que los polis eran los malos.
Luego llegó la democracia (o el largo y penoso proceso de transición hacia algo parecido a la democracia) y empezaron las confusiones, las metamorfosis y los engaños. Mucha gente se sintió a gusto con los nuevos cuerpos policiales. Algunos incluso aprendieron a amarlos.
Es como si Bram Stocker hubiese escrito un final de Drácula en el cual el vampiro reniega de la aristocracia, abraza la socialdemocracia y la gente le perdona y además le aplaude.
Pero a mi siguen sin gustarme los policías.
Tampoco me gustan las novelas sobre policías, es lógico.

Hablo como el lector que soy la mayor parte del tiempo.

No soy ni comisario político cultural ni editor. Hablo como lector. Aunque a veces me pongo a escribir, pienso que el escritor no es nada más que un lector que interviene en el asunto, y eso es todo. Opino des de mi más estricta incapacidad para influir en otros. Por eso digo lo que pienso de libros, autores y tendencias literarias.

Nunca he dicho qué debe escribirse, o qué no debe escribirse. No se trata de defender la libertad, ya que no creo que eso exista. A la libertad solo la nombran los poderosos, y solo ellos la reivindican.

Uno hace lo que puede, no lo que quiere. Y solo a veces, uno hace lo que debe.

Pero vamos a suponer que existe la libertad creativa. En ese caso, que cada uno escriba lo que quiera.

Hace casi un año publiqué una novela ("Besòs Mar") con un protagonista policía. Mi tesis en este texto, la pregunta que mueve el aparato narrativo, es esta:
¿puede ser más culpable el policía perseguidor que el criminal perseguido?

Es en este sentido en el único en que me interesa el asunto del policía.
Aún así, soy capaz de apreciar una novela policial inteligente y bien escrita. Hay pocas, pero haberlas haylas.

Es completamente cierto (porque es comprobable empíricamente) que hoy en día hay una cantidad enorme de literatura policial, procedimental. Todo lo que puedo decir sobre la literatura policial y procedimental es mi opinión como lector. Y mi opinión es que este género no me interesa, igual como no me interesan los libros de autoayuda o las novelas de capa y espada.

Y creo que, habiendo dicho esto, no tengo nada más que decir sobre el asunto. Aunque estaré encantado de debatirlo con quien quiera. Gracias y saludos afectuosos.


diumenge, 5 de juny del 2016

El Segre, de negre i en plural


Vivim en un país en estat de reivindicació permanent. I això és bo mentre no anem a raure al paroxisme. El festival El Segre de Negre, estrenat els dies 3 i 4 de juny a Lleida, també ha reivindicat. En primer lloc, la Lleida llunyana i sola, la Còrdova catalana. I a continuació, els autors de Lleida que estan escrivint i publicant, i la geografia ponentina. I unes quantes coses més.

Personalment, Lleida m'evoca els anys que hi vaig viure (el descobriment de la boira, un tòpic que, no obstant ser-ho, em va dur a escriure la novel·la més extensa que he escrit fins ara i que tracta d'espiritistes, anarquistes i misteris ponentins). Però també m'evoca Màrius Torres, el salvatge oest català de Vidal Vidal, la ironia d'en Pep Coll, la trobada amb en Francesc Serés i les escapades per la carretera que voreja la Noguera pallaresa, els gitanos de Balaguer i les imatges borroses del Canyeret per on ressona el garrotín. 

Aquest festival de literatura negra ha estat un exemple que caldria seguir. És el primer festival de novel·la negra al qual assisteixo en què veig una pluralitat que havia esperat des de fa anys. La diversitat de les veus i les cares i els noms és el que trobo més exemplar. Per fi, algú s'ha adonat que la literatura catalana té veus molt diverses, algunes de les quals parlen en castellà. Tot i que la mostra de veus castellanes ha estat minsa, cal agrair molt que hi hagi estat present. Al capdavall, aquesta ha estat l'edició número 1 i esperem que a continuació vinguin la 2 i la 3...

És molt bo que, en una societat que s'esgargamella parlant de respecte, diversitat i drets de tota mena es digui que som un país bilingüe. Feliçment bilingüe, perquè el bilingüisme és una riquesa que cal presservar per les mateixes raons que cal presservar les llengües minoritàries. Jo estic content de ser bilingüe i em fa feliç participar en una taula rodona on les dues llengües conviuen en pau i bona harmonia. No hi ha cap antídot més bo contra els fanatismes i els prejudicis. Aquesta felicitat, que ja la teníem i correm el risc de perdre, també cal reivindicar-la en temps de talibanismes i manifestos d'hiperventilats nacionalistes com els de can Koiné.

M'agrada haver participat activament en aquest festival. M'agrada que haguem parlat tan lliurement de novel·la, de detectius i de policies. M'agrada que hi hagi persones que expliquen, amb veu clara i sincera, que seria necessari revisar com parlem dels Mossos d'esquadra en la literatura, perquè hi ha una indulgència sorprenent i paradoxal amb la policia catalana a la novel·la negra (no és normal que el gènere negre esdevingui rosa quan parla de la bòfia que apallissa i mata pels carrers del Raval, i que surt exculpada dels judicis, en els quals els defensa un advocat adscrit a Fuerza Nueva).

Encoratjo els organitzadors del festival a pensar i aprofundir en les coses bones que ens han donat. Si la novel·la negra és res, és la novel·la que explica com és el carrer, la gent que anem pel carrer. Quina sort, això del Segre.

Ara he recordat una dada: al segle XV, a Lleida hi vivia més gent que a Barcelona. I per tant, devia ser més cosmopolita, més diversa.

Montse Sanjuan, alma mater del festival "El Segre de Negre"


dimecres, 1 de juny del 2016

Sobre el resurgir del género gótico y el final del negro


La fundación del género gótico es difícil de precisar, tal como el punto exacto en donde nace el Danubio. Una posibilidad sería el escritor E.T.A. Hoffman y sus "Elixires del diablo", pero su sola mención genera infinidad de réplicas y contrapropuestas. En cualquier caso, detrás del género litearario llamado romanticismo oscuro o gótico, está el retrato pesimista de un mundo abocado al cambio social, de estructuras económicas y de valores que se van a pique. En aquellos tiempos nadie se fiaba de la ciencia "moderna" y la técnica sugería tan solo horrores tecnificados. Los escritores góticos anticiparon la llegada del psicoanálisis (el horror está tanto fuera como dentro del individuo), pero es cierto que mostraba una cierta ingenuidad en el aire de sus novelas, vistas a día de hoy. 

Es probable que el género gótico se extinguiese en algún momento que podríamos situar alrededor de la primera guerra mundial: el horror devino algo histórico. Por si quedaba algún ingenuo, unos años más tarde la maquinaria maligna del nacionalismo alemán borró cualquier posibilidad de narrar un terror fantástico. El documental "Shoah", que debería ser de visión obligatoria en todo el mundo, expresa justamente la imposibilidad de explicar lo inexplicable.

Entre su nacimiento y su defunción, el género gótico parió a escritores de calidad literaria diversa (en algunos casos más bien discreta) pero cuyas pesadillas escritas han trascendido los años. Personas como HP Lovecraft, Poe, Goethe, Gautier, Ruyra, Le Fanu, Wilkie Collins, Leopoldo Lugones, Henry Whitehead o Hugh Walpole (por citar a una mínima muestra) lo atestiguan, ya que la mayoría de ellas son vigentes.

Durante su vida, el género gótico dio lugar a un hijo menor, que fue el policial. En este, el asunto del horror sufre una variación y se convierte en enigma a resolver. Así se crea el detective y luego el policía investigador, en un giro sorprendente: el policía investigador es un taumaturgo que devuelve el orden y la paz, restaura el equilibrio y la seguridad. Uno puede volver a caminar tranquilo por las calles una vez liquidado el malo, que es una concreción pueril de aquel mal metafísico que querían contarnos los góticos.

Convertido el mal metafísico en un malo concreto, físico y aprehensible, con nombre y apellidos, y susceptible de ser encerrado en una cárcel o eliminado por obra y gracia de una pistola, el horror es presentado como algo superable, un accidente. ¡A ver qué policía hubiese podido detener y encerrar a Chtulhu...!

Con el paso de los años, el género gótico sucumbió ante su hijastro el policial y se redujo a un producto selecto pero minoritario, uno de los colectivos que fundó el grupo humano conocido luego como freaks, frikis. Sin embargo, también asistimos a un indudable resurgir con textos de calidad literaria indiscutible y, a veces, de éxitos literarios.

No me extenderé en reseñar a Stephen King, que nunca se apartó del universo gótico aunque adaptándolo a los tiempos que corren. King ha hecho una gran tarea. En nuestra latitud, hay que nombrar a José María Latorre (recientemente fallecido por gran desgracia), a la inmensa Pilar Pedraza, a Álvaro Cunqueiro, Joan Perucho y Alfonso Sastre (cuya novela "Las noche lúgubres" constituye un hito insuperado hasta ahora en la difícil tarea de llevar el registro gótico hasta los suburbios, en la postguerra española).

En fechas más recientes (ya hablo de mi generación), hay que hablar de Albert Sánchez Piñol y sus notables "La piel fría" y "Pandora en el Congo". [Luego de esas novelas y algunos relatos memorables, Sánchez Piñol se puso a escribir epopeyas nacionalistas que no he leído, pero en las que creo que ha abandonado el registro para el que está más dotado.]

Más allá de los mares es obligatorio citar a Thomas Ligotti, un autor descomunal por su calidad literaria casi divina. Pero antes de entrar en Ligotti hay que nombrar al joven Jeff VanderMeer y su trilogía "Southern reach" (Ed. Destino), que escribe con pulso envidiable un texto ambicioso y perverso (aunque ambicionar no significa llegar, a pesar de lo que digan los gurús de la New Age).

Thomas Ligotti, sin embargo, consigue lo que parece de momento el mayor logro del género gótico renacido. Sin desvincularse de su maestro Lovecraft, Ligotti repiensa, reescribe y proyecta hacia el futuro la pesadilla de la existencia humana. Lo novedoso es que Ligotti es, además de un poeta extraordinariamente dotado para lo oscuro, un narrador brillante. Y además un filósofo, lo cual es único a día de hoy, en que la mayoría de escritores de ficción (gótica o policial) no pasan de ser espectadores de cine comercial y de series televisivas más bien aburridas. Cuenta muy bien quién es en "La conspiración contra la especie humana", texto ensayístico inclasificable en que homenajea a los pensadores del pesimismo (empezando por el imprescindible Schopenhauer).

Ligotti, alérgico e inalcanzable para los medios, cuenta en la única entrevista que le conozco aquello a lo que se dedica cuando no escribe: a mirar telebasura. Sólo con ese detalle de humor negro, y más allá de que sea cierto o no, yo ya tego bastante para saber que es el autor que esperaba. Dotado de una cultura fuera de lo común, Ligotti se emparenta también con Mircea Eliade para recuperar la pesadilla primigenia y contarla hoy, situada en nuestras ciudades y en nuestros suburbios, y en este mundo que otra vez se hunde y navega desorientado mientras percibe que el mal no es el malo, si no algo superior, metafísico. Algo que está ahí, dentro y fuera, que lo impregna todo y que es, posiblemente, la esencia del universo.

El mundo de hoy, dominado por la información global y la velocidad extrema de la comunicación se nos aparece como un mundo definitivamente horrible. Los escasos paraísos son falsos o pasto de la industria turística. El bebé muerto en la playa se convierte en la imagen más vista alrededor del mundo, pero cada día hay otros bebés cadáveres que ya no despiertan emoción alguna. Cuando esos cadáveres se cuentas por centenares, creo que es ridículo plantear una literatura en que un avispado policía detiene al malo y libera al mundo de la maldad. Es mucho más sensato abordar la maldad desde otra perspectiva.

Muy recientemente y en nuestro maltrecho país, autores como Jordi Ledesma y Toni Hill se han acercado al gótico. En el caso de Ledesma sin abandonar el género negro, y en el de Hill virando hacia un relato que mira hacia el imaginario del gótico canónico, a través de "Jane Eyre". Carlos Zanón opta por una tercera vía que merece un capítulo aparte ya que, sin irse hasta el gótico, flota entre sus páginas un pesimismo cósmico digno de mención.

Es más que probable (y sería fantástico) que la novela negra reivindicase su paternidad gótica.
(Yo lo he intentado en un par de ocasiones, pero me parece feo hablar de mis textos aquí). Dejo para otra ocasión el asunto sugerido en el título, la caída del género negro.

Dejo el asunto en manos de otros. Aunque pretendo volver a ello, necesito la opinión de los expertos y los sabios. Incluso de los que, como yo, solo son amantes rabiosos de la lectura y los géneros literarios.