dimecres, 22 de juny del 2016

Marc Behm: la ampliación del género negro



Este texto ha sido posible gracias a Jordi Canal, que me presentó a Marc Behm. 


Marc Behm (New Jersey, 1925 - Fort Mahon Plage, Francia, 2007) es un autor poco conocido, adscrito al género negro, novelista y guionista de cine y posiblemente un autor de culto. Hice una reseña de su obra "El ojo del observador" aquí, puesto que la primera lectura de Behm fue como un fogonazo. Leer una novela de Behm es lo mismo que estar invitado a un fiesta brillante, delirante y magnífica. En la que se celebra del sentido de la literatura de ficción.

Behm es oportuno hoy en día. Debo decir que admiro a Ross MacDonald, a Hammett, a Ellroy e incluso a Chandler o a Thompson (entre otros), a los que les debo horas de lectura muy gratificante en este género. Pero una vez hecho el homenaje a los maestros, también debo hablar de los escritores que han pretendido innovar en el género, aportar puntos de vista y cuestiones nuevas, buscarle las cosquillas y ampliar su campo de batalla.

Para el lector cansado de novela negra convencional, rígidamente sujeta a los estereotipos y los cánones y las convenciones, Behm es una ventana abierta que aporta aire fresco, aunque algo enloquecido. Para el lector inquieto y sabedor que eso del género negro no es nada más que la mirada pesimista y la atmósfera, Behm es la voz renovadora pero a la vez profundamente respetuosa con el pesimismo. Su protagonista es, invariablemente, la figura del perdedor. Del perdedor predestinado, como en la gran literatura clásica. Su obra tiene algo de Sófocles y de Eurípides, y lo digo sin riesgo. La galería de perdedores y fracasados de Behm sale de una investigación profunda sobre el personaje que incluye el conocimiento de la historia de la literatura.

Después de "El ojo del observador" emprendí la lectura de "Un hombre al margen" (Off the Wall, 1990) y "No pretendas saber más" (Seek to Know no more, 1993), en donde Behm demuestra una maravillosa capacidad para encontrar a esos magníficos perdedores, siempre distintos pero semejantes, empatizar con ellos, acercarlos hasta la más proxima intimidad visceral del lector y dinamitar, así, los límites del encorsetado mundo de la novela negra.

Si en "El ojo del observador" seguimos las peripecias del detective que empatiza demasiado con la asesina serial que persigue y le allana el camino para que la pasma no la pille, en "Un hombre al margen" conocemos a Patrick Nelson, un tipo solitario, aburrido, desarraigado de la vida y soñador de sueños delirantes al que la aparición de un asesino descuartizador en el barrio le llena de sentido su vida.

Nelson pasea todas las noches por las solitarias calles de un barrio de Los Ángeles. No tiene sueño: su vida es tan anodina, vacía y desocupada que llega a la noche sin que necesite descansar. Descansar ¿de qué, para qué? Es así como se presenta en el escenario del crimen: tras un paseo sin dirección ni sentido, como el deambular de Walser o las rutilantes derivas callejeras de Daniel Quinn, el protagonista de la magistral "Ciudad de cristal" de Auster (Trilogía de Nueva York, primer libro).

Nelson contempla el cadáver troceado y los polis husmeando, rastreando alrededor del muerto como aves de carroña. Entre ellos está la joven ayudante de detective Jenny, que se le aparece como el ángel de la salvación. Es ella, la mujer que dará sentido a su vida, la mujer que lleva esperando toda la vida. Patrick emprende enseguida la única estrategia posible que le puede acercar a Jenny: dejar pistas falsas que le incriminen, para que sea Jenny quién le persiga y se meta en su vida.

Behm nos lleva de la mano por el delirio y la locura abismal de Nelson. En este caso, a través de una historia de amor desesperado. Behm también domina el contrapunto y la distancia que reclamaba Beckett, y lo hace a través de unos breves excursos, en los que asistimos a las reuniones de unos policías zafios y patéticos, sumidos en una profunda ignorancia y un analfabetismo que les convierte en unos bufones maléficos y peligrosos (¿payasos asesinos?). Los diálogos de los policías debatiendo remiten (como otras partes del texto), a las mejores escenas de "M, el vampiro de Düsseldorf", la obra maestra de Fritz Lang en su glorioso periodo alemán, cuando profetizaba la llegada del nazismo a través del clima policial.

Behm es un narrador libre, desatado, feliz: prescinde de las convenciones sobre el punto de vista, sobre los cánones que aprisionan al narrador y al autor. Cambia los tiempos y las personas del verbo sin perder jamás el control de lo que se quiere transmitir. Sin compadecerse de su pobre Nelson, consigue que el lector le ame y le compadezca, que le desee lo mejor. Que rece para qué le salgan bien sus planes amorosos/criminales aunque uno sabe que eso es imposible, que va a terminar fatal. Behm no es ingenuo (eso lo sabe el lector des del primer instante): la historia termina muy mal, inevitablemente, para el desdichado Nelson. Pero este viaje des del insomnio delirante hasta el desastre es impagable, fascinante, una celebración de la literatura.

(Dejo para otro día la reseña de "No pretendas saber más", la historia de Lucy, encargada por Lucifer de recoger las almas de los que pactaron con el Maligno y se les ha terminado el tiempo en la Tierra, mirada fascinante sobre el asesino serial que haría empalidecer de vergüenza a algunos guionistas de cine).

Marc Behm es una lectura altamente recomendable para lectores (y escritores) de estas latitudes, y especialmente para los inquietos, los que buscan límites y sus ampliaciones. Para los que se sienten hastiados con tanta novelita de procedimiento policial, o en su defecto por las que tratan del mundo de la delincuencia des de una mirada vacía e inane, hecha de tópicos y de mentalidad piadosa, burguesa (o hamburgesa, como suele decir Gonzalo Garrido).

La lectura de Behm es una fiesta de la literatura. Behm responde a la pregunta ¿qué sentido tiene escribir ficciones y mentiras?

[La edición de "Un hombre al margen" se la debemos a la extinta editorial Thassàlia, impulsada por Joan Agut, al que conocí bastante bien hace unos años (era un amigo de la familia).] 

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