El otro día pude ver "El tratamiento" (De Behandeling), cinta belga -pero de los belgas flamencos, esos de los que ahora tanto habla Tv3- de 2014, con premio en el festival de Sitges del año siguiente. El premio, y alguna pista que tenía, me dispusieron a creer que sería una buena cinta y que incluso tendría algo nuevo, o innovador, o interesante.
Sin embargo, empecé a bostezar a partir de la tercera escena y temí caer en brazos de Morfeo antes de alcanzar la mitad del metraje. Tuve que echarle mano al Nescafé (a su versión Hacendado) para lograrlo. Es una de esas películas que has visto mil veces, con otras caras y otros nombres y otros ámbitos, pero mil veces al fin y al cabo. La película es una colección de tópicos unidos sin sutilidad alguna: policía blanco, soltero, cuarentón y atractivo que no se afeita pero al que tampoco le crece la barba (ni come ni duerme ni mea), tipo atormentado por un suceso infantil que revive durante el presente del relato, el tedioso listado de los procedimientos policiales, me tomo la justicia por mi mano ya que los protocolos policiales no nos sirven contra la gran maldad, ay ay ay que viene el malo, que además de malo es lelo (otra vez con la matraca de la maldad del trastornado, tan asquerosa), el manido asunto de la pedofilia usado con frivolidad, y con el único objetivo de estremecer al espectador -y con tintes fascistoides, por supuesto-, las inverosímiles pintadas con sangre en las paredes de la escena del crimen, la lluvia pertinaz, los arranques de furia del protagonista el poli-que-se-lo-toma-personalmente y etcétera.
Apagué la pantalla bastante fastidiado, y solo tuve un consuelo: era una peli de Filmin de las que entran en la subscripción, sin coste añadido.
Luego, ya más sereno, me di cuenta de que los problemas de "El tratamiento" son los problemas de la narrativa negra-policial que venimos sufriendo en las últimas décadas, más o menos des de "Seven" y "El silencio de los corderos". Una narrativa repetida hasta la saciedad, que contamina tanto el cine como la literatura. Pocos días atrás, también en Filmin, había revisitado "M. El vampiro de Duseldorf" (¡de 1931!) con gran placer, y extasiado con sus planos, con sus juegos narrativos, con su inteligencia. La conclusión fue tan demoledora como pesimista: la narrativa negra está en franco declive, eso es la historia de un oscurecimiento, un viaje hacia el abismo de la nada. 83 años antes de "El tratamiento", Fritz Lang abordó el asunto del abuso sexual de los menores con arte, con sensibilidad y con destellos de genialidad, ya que supo tratar, también, el tema de las clases sociales, de la salud mental, de la corrupción, el dilema moral, el control social, etc.
¿Como es posible que casi un siglo más tarde de la obra de Lang alguien aborde el asunto de la pedofilia con tanta torpeza y sin aportar nada? Creo que en esta pregunta está implícito el modo de pensar de las personas que, como yo, hemos superado los 50 años de edad. Y eso viene a cuenta de leer a los clásicos o soslayarlos, que es lo que se lleva.
Rodar "El tratamiento" tal como se rodó en 2014 solo se puede hacer si se parte de la idea de que el espectador es cada vez más inculto y menos exigente, y eso es un drama. Esa forma de pensar implica una concepción profundamente negativa de la inteligencia del espectador que oculta la incapacidad del equipo responsable de la cinta, o bien su convencimiento de que los espectadores no saben nada de los clásicos del cine y se les puede timar con facilidad: y lo cierto es que incluso se puede timar al jurado del festival de Sitges, que la premió.
Como lector, cada vez leo menos novela negra, casi convencido de que es más difícil dar con una novela negra buena que encontrar la aguja del pajar. Quizás no hay nada nuevo des de Jim Thompson. Como espectador de cine, ya no confío en nadie contemporáneo. La última buena cinta negra que he visto ha sido "La piel que habito" del magistral Almodóvar, que no pretendía hacer cine negro. Busqué la novela en la que se había basado y di con "Tarántula", novela muy breve de un tal Thierry Jonquet (4,5 euros en Iberlibro). Un ejemplo de adaptación libre, inteligente, audaz, interesante, que plantea un montón de buenas cuestiones éticas y morales y lo hace sin salirse de su universo estético, tan rico.
[Dejo para el final un comentario previsible en mi: la cinta "De Behandelin" la rodó un director flamenco. Los flamencos son esos belgas que se creen superiores al resto de los belgas, como los catalanes al resto de los españoles: la superioridad de ambos colectivos etnicistas hay que demostrarla. Y, de momento, nadie la ha demostrado y nada indica que vayan a hacerlo en los próximos siglos].