El título de la novela de Vuillard (premio Goncourt 2017) es "El orden del día" y empieza con la escena de una reunión secreta en el Reichstag que, como es natural, no estaba en el orden del día oficial del 20 de febrero de 1933. Uno se pregunta cuantas reuniones de esta categoría se producen hoy. La "transparencia" de los políticos es un espejismo aumentado por su reflejo en otro espejismo, el de la sociedad de la información, de las cámaras dispuestas por doquier y de las redes "sociales". La política, sin embargo, se cuece en el secreto y en la intimidad, en esas reuniones con humo y copas que tanto se parecen a las reuniones de los hampones, tal como rodó con maestría y lucidez Fritz Lang en 1931 (M, el vampiro de Dusseldorf).
Vuillard escribe una novela breve, de 140 páginas de letra generosa que remiten a un original de apenas 100 folios. Sin embargo, ofrece una lección de literatura para el siglo XXI, aunque bebe de una inspiración que lleva más de un siglo mostrándose por el mundo. Leo con admiración, lento, me detengo en algunas frases. Me pregunto porqué, salvando las distancias, no leo nada parecido en la prosa de ningún autor catalán. ¿Leen lo que se escribe más allá de La Junquera? ¿O será que su autosuficiencia estúpida y engreída se lo impide?
Hace un tiempo, un amigo me contó una anécdota: unos conocidos suyos volvieron de un viaje veraniego por cierto país de Europa y, en una cena tras el viaje, le dijeron: aquel país no está mal, pero en Cataluña tenemos de todo, así que pensamos: ¿para qué viajar fuera, cuando aquí tenemos de todo?. Creo que esa actitud se refleja en lo que se publica en catalán: todo tiene un sospechoso aire endogámico y pueblerino que me lleva a recordar las "culturas cerradas" de las que habló Vargas Llosa (se puede leer en "La verdad de las mentiras").
Vuillard (vuelvo al asunto) propone una literatura que, sin abandonar su función, trata de la realidad. Para ello se ha documentado, ha investigado y, sobretodo, ha pensado antes de ponerse a escribir. ¿Qué nos cuenta un suceso acaecido en 1933 a los lectores de 2018? Es así como supera el problema de una novela del XXI que es incapaz de ir más allá del bochornoso "la marquesa salió a las cinco" y, a la vez, no cae en el tedioso ejercicio vacío de la "novela histórica" al uso. Ni se refugia en el asunto de la "autoficción", un género que me cae bien por simpatía pero por nada más ya que, a menudo, es muy débil.
Vuillard escribe un cuento sobre las tramas del mal que arranca en 1933 pero lo escribe hoy y para el lector de hoy. Para eso nos recuerda que, detrás de los nombres rimbombantes de aquellos empresarios que auparon a Hitler están los nombres verdaderos: Opel, Bayer, Telefunken, Varta, Allianz, Siemens. Tanto es así que, en Cataluña, es imposible leerle y no pensar en Quim Torra o en Carles Puigdemont cuando se lee lo que sucedía en los palacios del Tercer Reich. Salvando las distancias. Y que conste: no estoy acusando a esos dos señores de nazis ni mucho menos ni nada que se le parezca, pero también siento que deberían pensar en la posibilidad de que se les hayan deslizado tics nazis entre algunas de sus actitudes, en ciertos comentarios suyos sobre la democracia, en el ideal de "pueblo" que pretenden transmitir (o construir), o en afirmaciones como la que exhibió Roger Torrent unos meses atrás: "Ningún tribunal [constitucional] está por encima de un presidente escogido por la voluntad del pueblo". (Aunque esta frase se puede rebatir con el caso de Nixon, sin necesidad de recurrir a Hitler). Salvando las distancias: les recomiendo el título de Vuillard a los dos presidentes catalanes -y a muchas otras personas. Creo que hay traducción al catalán. Y aprovecho la situación para felicitar al traductor, Javier Albiñana.
La prosa de Vuillard me ha fascinado. He ahí una afirmación que, a estas alturas de la reseña, es innecesaria. Y además me da envidia (envidia acrecentada por el hecho de que Éric es algunos años más joven que yo). Yo, que llevo años dándole vueltas a un suceso catalán de mediados de los años 40 porqué se que tiene mucho valor pero, sin embargo, no consigo dar ni con el tono ni con el narrador. Trata de falangistas, catalanes de buenas familias catalanas, y ofrece una sombra alargada, densa y premonitoria que reposa sobre nuestro presente. Pero ya lo ven: no lo consigo. Y Vuillard sabe hacerlo. Con sus excursos extemporáneos pero oportunos, bien situados, brillantes en léxico y en sintaxis, párrafos que uno lee y relee para saborearlos como si quisiera detener el tiempo.
Sin temor a cometer "spoiler" (algo imposible en este caso), me permito transcribir el último párrafo de la novela:
Nunca se cae dos veces en el mismo abismo. Pero siempre se cae de la misma manera, con una mezcla de ridículo y de pavor. Y uno quisiera no volver a caer, se agarra, grita. A taconazos nos quiebran los dedos, a picotazos nos rompen los dientes, nos roen los ojos. El abismo está jalonado de altas moradas. Y la Historia está ahí, diosa sensata, estatua erguida en medio de cualquier Plaza Mayor, y se le rinde tributo, una vez al año, con ramos secos de peonías, y a modo de propina, todos los días, con pan para las aves.