Ramon Bax es un escritor politoxicómano que vive en una casita de madera de la costa, en medio de un cenagal de aguas turbias y juncos enfermos. Schneider es un asesino a sueldo que recibe el encargo de matar al escritor. Este es el punto de partida de "Schneider versus Bax", la segunda cinta que veo del director Alex van Warmerdam, un holandés al que descubrí por una cinta fantástica, "Borgman".
"Borgman" es un cuento de terror que propone un acercamiento furiosamente contemporáneo al tema del vampirismo, al que relaciona con la lucha (muy salvaje) de clases y la pederastia, asuntos que trata de un modo que complacería mucho a Michel Foucault, ya que, en resumen, todo es analizado como una pulsión de poder. Mientras "Borgman" recurre al género fantástico para irse hacia un realismo oscuro, muy oscuro, en "Schneider vs. Bax" el fantástico está ausente (quizás una sutil referencia, en el final) y todo es tediosamente realista. Se diría que Warmerdam va al grano, se deja de retóricas y de estilos y cuenta una historia atroz, con una crudeza digna de entomólogo. Hay que señalar: el director interpreta al escritor drogadicto, hijo de un drogadicto pederasta y que, como padre, intenta llevar a su hija hacia las bondades de la drogadicción como único medio para escapar del horror de la vida.
Todo es deprimente, y cada giro narrativo ahonda más en la depresión, la amoralidad o el elogio de la inmoralidad. Lo que pinta Warmerdam es un mundo salvaje, absurdo. Los hombres (y las mujeres) son animales sumidos en una lucha por la supervivencia más estricta, una supervivencia que consiste en matar antes de que te maten. Las relaciones personales están subordinadas al principio de la supervivencia, como si no hubiese nada más.
Es cierto que la empatía (e incluso la compasión) encuentran un hueco en esa historia que transcurre en la Holanda de hoy, pero podría transcurrir en una selva primitiva. Sin embargo, compasión y empatía parecen puestas ahí enmedio como contrapunto, sin otra intención.
Hay que reconocerle al director que ha depurado la narrativa, y que con pocos escenarios le basta para contar su historia. La factura es limpia, elegante, con predominio de los colores claros y con especial mención al blanco. Hay que destacar el papel que juega el teléfono móvil, un instrumento que adquiere un matiz diabólico y nefasto, ya que lo único que hace es importunar, promover la mentira, la hipocresía y el error.
Recuerdo haber visto "Borgman" en 2016. La nueva cinta del director, vista en 2018, me ha llevado a algunas consideraciones. La primera de ellas es que cada vez me interesa menos el género negro: me estoy hartando de él. Lo que nos cuenta el negro, ese realismo que pone el foco en la maldad y todo su entorno, me satura y me fatiga. Exceptuando a cierto tipo de ingenuo, creo que todos sabemos lo que hay. Citar la "banalidad del mal" de Hannah Arendt empieza a resultar una banalidad, repetida pero quizás no bien pensada.
Quizás estoy perdiendo el interés por esa mirada sobre el retrato de una humanidad triste y egoísta, a la brutalidad como medio para sobrevivir como individuos, sin consciencia. Hace un par de años, también, dejé de leer los reportajes sobre políticos de El diario.es y los reportajes sobre delincuentes de El español. Leer sobre los malos es cansino por aburrido, obvio y recurrente. Ya se que están ahí, pero no necesito leerlo cada día. Me gustaría la novela negra si fuese un niño rico que vive en Pedralbes, o un niño catalanet y ganadero que vive en Olot. Pero no es mi caso. Ni fui un niño rico ni mi realidad cotidiana es nada parecido a eso. veo la pobreza, la fealdad, la hipocresía y todos los derivados de la miseria de cada día. La miseria moral que se deriva de la pobreza material.
¿Las personas pueden ser malas e hipócritas? Claro que si, ya lo se. Prefiero leer ensayos sobre como vivir mejor entre todos, o novelas que hablen de sueños. El lector de novela negra y el visionador de cine negro tiene algo de voyeur, y de beata que se complace al escandalizarse con los horrores que se suceden en los otros barrios, los bajos, los de por debajo. Nada hay más interesante en las clases bienestantes que repetirse que los hay por debajo de ellos: que los hay más feos, más sucios, más innobles. Más delincuentes. ¡Qué lejos queda la idea de Rousseau, cuando dijo que la propiedad privada es la génesis del mal! ¡Cuan lejos queda Rousseau, por Dios! Y qué fácil es no haber leído a Rousseau pero haber leído novelas negras.
Creo que el cine y la novela negra son productos de una subcultura, bastante zafia, destinada a satisfacer la morbosidad de las clases bienestantes. Lo creo de veras. Del mismo modo que el cine con superhéroes debe estar pensado para calmar a los pobres. Todo eso es pensable, posible, probable.
Como también creo que hay que buscar el bien, la excelencia y la sorpresa del bien. La belleza. La belleza.
Me gustaría la novela negra si fuese un niño rico que vive en Pedralbes, o un niño catalanet y ganadero que vive en Olot..."
ResponEliminaEso es una hipótesis, por lo tanto especulativa; no lo sabemos si te gustaría o no, LLUIS, y no lo sabemos porque tu mismo nos dices que no eres ni lo uno ni lo otro.
Sin embargo, aunque no te guste la novela negra (no gusto que comparto), habremos de coincidir que las hay muy bien argumentadas, y creo que ahí reside la gracia.
Comprato contigo lo banal en que están conviertiendo la exposición de Hannah Arendt. Y huelo la miseria de cada día en la cocinas de Teresa.
Por lo demás sigo pensando en Ignatius Really y creo que es un ejemplar del que se están haciendo politicamente muchos clones.
Salut