En 2013 terminé de escribir una novelita, en catalán, y se la entregué a un agente editorial muy competente. El profesional me propuso dos editoriales como posibles destinatarios. La primera me respondió, poco más tarde, con la siguiente propuesta: "te presentas al premio que yo controlo, te llevas los 10.000 euros del premio y luego te publico. Solo tienes que decirme el título". La otra me respondió con un correo lleno de alabanzas y me citaron en un bar de la Plaza del Sol, en Gracia. Opté por la segunda: vi demasiadas inmoralidades en la primera y la segunda me cayó simpática.
Me encontré con los editores, buena gente. De los tres, dos no habían leído mi novela, pero eso no me importó. Llegamos a un acuerdo sin números. Eso tampoco me importó.
En cuanto leí el contrato, más tarde y en la sede de la editorial, supe que me pagarían un anticipo de 500 euros, que era lo máximo que podían pagar. Pero a cambio -me lo dijeron y yo les creí- me iban a promocionar por infinidad de librerías, foros y festivales. Les creí porqué parecían buena gente y uno sabe que debe rodearse de buena gente para intentar ser feliz. Me ingresaron los 500, menos los impuestos. Fuimos a tres o cuatro eventos, cuatro menos de los programados en el inicio. Durante el tiempo de la promoción, los editores no desaprovecharon la oportunidad de lamentarse: de la escasedad de lectores en catalán, de la desaparición de unas antiguas subvenciones para las publicaciones en este idioma, de la mezquindad del público lector catalán (l'avara povertà dei catalani). Y de la deslealtad de la competencia, y de etcétera y etc.
Un día, uno de los editores me hizo llegar el soplo siguiente: un editor de la competencia pero con el cual compartía sociedad en una asociación de editores de novela en catalán había cometido una deslealtad muy grave con los principios de la asociación y por eso le habían expulsado de ella. Yo fui ingenuo e incauto, y publiqué esa información en Facebook, creyendo que así me solidarizaba con mi editor e incluso que le ayudaba en algo. Me llovieron los insultos, por supuesto. Lo más grave del asunto es que me maltrató el mismo editor que me había dado el soplo, para disimular con su maltrato la felonía cometida: el tipo se me reveló como poseedor de una mezquindad tan grande como inesperada. Y yo, por no traicionar al soplón, que era mi editor, me callé y me tragué los improperios.
Vaya sarta de miserias, tan humanas y tan pequeñas estoy contando.
Pocos meses después gané el primer premio de novela negra que gestionaba la misma editorial. El original ganador estaba premiado con 2000 euros. La mitad del dinero lo pagaba la editorial y la otra mitad el ayuntamiento que acogía el festival literario en donde se celebra el evento. El ayuntamiento me ingresó su parte en poco tiempo. La editorial se demoraba tanto en abonar su parte que, al fin, les escribí para reclamarlo. El editor me respondió que enseguida procedería al pago de los 750 euros que les correspondían. ¿750? le pregunté: ¿no eran 1000? Tres días más tarde me pidió disculpas por el error y unas semanas más tarde me ingresó mi parte. Dijo que, como el año anterior el premio fue de 1500 euros, él pensaba que me debía 750. Lógico. Es un error comprensible, le dije, no pasa nada. Y más comprensible en Cataluña. L'avara povertà. Todo eso son miserias, miserias humanas, deslealtades, mezquindad, pobreza, y la falta de educación que genera la pobreza. Eso lo sabemos todos: en contextos de miseria, no pidas elegancia.
Siento más pena que nada. Más lástima que nada. Trabajo como maestro en una escuela de barrio pobre y se que no se les puede exigir solidaridad ni empatía a los que pasan hambre. Es lo que dijo Abraham Maslow (el de la pirámide de ídem) en "Una teoría sobre la motivación humana". Aunque no creo que mis editores pasen hambre, si creo que sufren de mucha miseria. Otra clase de miseria que no es peor si no distinta, más oscura, disfrazada de cultura, una miseria que actúa en estómagos llenos y en buenas familias. Es una miseria que es más miserable que la miseria del hambriento, la miseria moral del niño rico y bien acostumbrado, consentido, tolerado.
Qué desastre y qué pena, Dios mío, qué pena.
Un atardecer, en un pueblo de las costa, cerca de Barcelona, me encontré departiendo, entre cañas de cerveza, con mis editores. Como todos estábamos sueltos y relajados, les solté que me parecía envidiable su editorial, por la cantidad nada desdeñable de títulos publicados. Uno de ellos me respondió: "bueno, no te creas. Les pagamos 500 eurillos a cada autor por su libro y listos, jamás le pagamos ni un euro más". Creo que se referían a la colección en catalán, porqué al resto de sus ediciones, en lengua castellana, diría yo que les tratan mejor. Quizás porqué venden más. Ahí va el dato, para quien quiera dejar de ser ciego.
real com la vida mateixa, la millor manera de treure'n alguna pela es la venda en llocs determinats anant a mitges amb el llibreter, sempre i quan sigui una obra menor com la meva amb una tirada de 500 exemplars en el cas de 'el marmessor de la ignorància', però almenys en vaig veure algun caler a banda de vendre'ls tots.
ResponEliminaSaps que no es veritat. Com a mínim en el meu cas. Jo cobro regularment les vendes.
ResponEliminaD'acord: en el teu cas no és veritat, i si tu ho dius m'ho crec. Saps que sempre he confiat en la teva paraula, sense cap problema. Jo parlo per mi i sense cap intenció de generalitzar. Dic el que he vist i el que sentit dir. però és que veig tantes eufòries i tantes bajanades i tanta automplaença que crec que se m'ha acabat la tolerància. Això és una bombolla i algú l'ha de punxar.
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