Empujado al cine de ciencia-ficción por el hastío y el fastidio del post-procés catalán, decidí afrontar "Blade runner 2049", con más sospechas que confianzas. Mis temores afectaban, más que la calidad de la propuesta de Villeneuve, a la posibilidad de destruir el mito del "Blade Runner" de Ridley Scott, que llevo desde que, siendo casi todavía un niño, vi aquella maravilla del cine fantástico.
Cuando uno se decide a versionar algo, revisar, hacer un remake o una segunda parte de algo, debe estar muy seguro de que va a aportarle algo nuevo, algo convincente y potente, a la obra original. En caso contrario, es preferible el silencio, la inacción. Y bueno, enfin... Cuando se encendieron las luces, tras casi tres horas de cine, me encontré ensimismado. La cinta está bien, para qué negarlo. Hay un trabajo de arte, de decorados, de ambientes y de atmósferas muy elaborado. Imaginar como serán las ruinas de una ciudad futura es un ejercicio notable, en estética y en nihilismo. O en nihilismo artístico.
La cinta sigue la estructura que nos inventamos los humanos hace miles de años: el héroe quiere saber quién es, como un Edipo cualquiera. Para ello deberá enfrentarse a su pasado, rebuscar en él, decidir qué es verdadero y qué es falso en su vida. En este periplo, contado según las convenciones de la investigación policial, el héroe encuentra personajes que ayudan y personajes que le putean (o adyuvantes y antagonistas, en el léxico más culto de Todorov), sufre engaños, cae en manos de malvados tal como le sucedió al ingenuo Perceval, recibe golpes de suerte y de desgracia -hay que respetar (y honrar) el papel del azar- y por fin termina descubriendo algo, que no es agradable pero por lo menos es verdad. He ahí uno de los asuntos de la cinta: ¿qué es verdad?. El tema no es nada nuevo, pero no le pido novedad al arte, si no buena sintaxis, y bella factura: la forma es el fondo, la forma lo es todo. Tampoco es nada nuevo el personaje que interpreta Jared Leto, ese inventor loco que es un remedo del doctor Frankenstein, el científico que quería emular a Dios y luego superarle, aunque aquí vemos a un doctor Frankenstein releído en clave marxista (lo de las clases sociales y eso). Un dios creador para la era post-industrial, creador de un nuevo lumpen proletariado.
La pieza de Villeneuve es elegante, coherente, avanza sin perder el ritmo pausado, descriptivo. Quizás se excede en las referencias: referencias demasiado frecuentes a la obra de la cual parte, con tal sinfín de guiños que uno se podría cansar. Pero también referencias a las cintas del género, a la historia del género: hay algo de la Metropolis de Fritz Lang, al Solaris de Tarkovsky, a los Doce Monos y al Brasil de Terry Gilliam. Por lo que me cuentan, también hay una cita evidente de una serie televisiva (Black Mirror). Y algo inquietante: una autoreferencia casi inexplicable -¡en el último plano!- a la anterior cinta del director, la muy recomendable "La llegada" (The arrival), que es, quizás, la propuesta más interesante de la ciencia ficción de los últimos años. ¿Se ha excedido Villeneuve con esa cita de si mismo?
Hay instantes en que uno se pregunta: ¿podría haber rodado Villeneuve una cinta propia, auténtica y autónoma, sin recurrir a "Blade Runner"?. Yo diría que, con escasos cambios en el guión, se podria haber construído una película sólida e interesante prescindiendo del Blade Runner de Scott. No es una mala pregunta, creo, porqué uno de los asuntos de la cinta es la búsqueda de la autenticidad. Lo real y sus dobles, sus imitaciones, eso está ahí, todo el tiempo. La relación del hombre con lo virtual, la relación de lo virtual con una segunda capa de la virtualidad, la sospecha de estar viviendo algo más virtual que real, la duda. En una de las escenas más auténticas de la cinta, una mujer real juega a disfrazarse de mujer virtual para seducir al héroe, quién a su vez, es un ser artificial que aspira a dejar de serlo aunque solo sea por un error de cálculo. Este es el momento de más intensidad poética de la cinta, junto a la imagen de la tumba bajo un árbol muerto, poderosamente gótica.
La cinta de Villeneuve es pesimista, triste, llena de muertos y de fantasmas grotescos (ese holograma estropeado de Elvis en un casino en ruinas), esos exteriores deprimentes, fruto de una devastación a escala planetaria. Un mundo decadente, desesperanzado, agotado. Nadie sonríe (excepto los hologramas, que sin embargo también expresan estupor y tristeza, y deseos de desaparecer).
Tampoco sonríen los que anuncian una inminente revolución de los esclavos, en los últimos minutos. Quizás sea este el único atisbo de optimismo de esta cinta. Vista en España, "Blade runner 2049" nos cuenta algo al respecto de las revoluciones: ya sabemos que la revolución de las clases acomodadas (léase la "revolución de las sonrisas" del catalanismo burgués) o la revolución de las clases medias (léase "Podemos" y Pablo Iglesias) son revoluciones de pacotilla, tan inanes como ridículas aunque simulen ser distintas en su discurso. Quizás solo podemos confiar en la revolución de los esclavos. Volvemos a Espartaco, a Kubrik. Se cierra el círculo. En el Blade Runner de Scott, el de 1982, ya había algo del Espartaco de Kubrik.
POSTDATA: Como el post-procés catalán siga adelante (o atrás, para volver a empezar), y todo parece indicar que así será, me voy a refugiar en el cine de terror, porqué prefiero el terror de ficción.
El problema es que el terror de la vida real puede ser peor que el de la ficción.
ResponEliminaEn mi caso soy un tanto suceptible no suelo ver cine de terror .
No obstante es posible que si se nota que es ficción podría llegar a tu extremo , en todo caso me pasaré a ver qué escribes.
Un saludo.
Lo mío es el telediario de TVEN3 ¡¡ ese si que es cine de terror y no el Gotzila de turno ¡¡
ResponEliminaUn abrazo y a cuidarse, que los tiempos andan revueltos.
salut