Hasta el momento de conocer la noticia de su defunción, yo había tenido la sensación de que esta publicación tenía un buen porvenir. Como adivino no valgo ni un pimiento, aunque eso no es nada nuevo para mi: pensé que el comunismo triunfaría en Europa, que el nacionalismo catalán era un cadáver y que Blai Bonet (BB, como la Bardot y Bearn Black) ganaría el Nobel de literatura.
He sido un lector bastante fiel y razonablemente asíduo de Bearn Black, y siempre he gozado con la lectura de sus artículos y entrevistas. No hay que ser muy agudo para descubrir que han dicho grandes verdades, que han puesto el dedo en las llagas y que han enriquecido el debate, a menudo superficial y sombrío, que se genera alrededor de la novela negra española (incluyendo la catalana).
Toda muerte es una pérdida. Y vivimos en un tiempo y en un país de pérdidas constantes, vivimos en un lugar jodido y severamente enfermo. Si en vez de un país fuese un individuo, uno le pondría el diagnóstico de Alzheimer y seguro que acertaría. Uno ya no sabe qué pensar. Los líderes del procesismo catalán se están gastando millonadas en construir lo que ellos llaman "estructuras de estado" (para el improbable estado catalán que sueñan), pero entre estas estructuras la cultura no ocupa lugar alguno. Y la verdad es que no conozco nada más parecido a una estructura de estado que la cultura. Pero por lo visto también iba errado: por lo que veo, se trata de favorecer intercambios comerciales y financieros, y cenas y contactos entre mandarines. Un desastre absoluto.
La muerte de Bearn Black habla de la muerte (o de la agonía) de un mundo que imaginamos posible y no lo fue. Un mundo de personas interesadas en la cultura, en lo que tiene de cultura el debate literario. Publicaron textos aptos para el lector medio y el bajo, e incluso para el de nivel alto. Sin embargo, nada de eso los salvó. Publicaron su publicación en lengua castellana, de modo que casi toda la península podía gozar de sus textos. Eso tampoco fue suficiente: el dinero todo lo puede. Puede matar. Si hubiesen escrito sobre un tal Messi o una tal Esteban no habrían muerto, pero por lo visto no ha llegado la hora de los valientes.
En su terrible artículo final (quizás será el más leído, por lo del morbo y por como nos gustan los fracasos de los demás, ya que ocultan el nuestro) hablan de motivos y diagnostican el asunto. Me llama la atención algo que nombran oscuramente: el envilecimiento del mundo de la novela negra. La verdad es que llevo bastante tiempo como ausente del mundillo y jamás he cursado solicitud alguna para pertenecer a ninguna de las capillitas del sector, todas ellas bastante cutres y de bajo nivel. Pero algo intuyo. Y me resulta espeluznante, porqué la novela negra española (incluyendo la catalana) ha sufrido un aumento de ediciones, pero no de lectores. ¿Quién se pelea con puñales por 20 euros de beneficio? Y ¿qué relación tiene ese envilecimiento con la precarización del escritor de la que se ha hablado más de una vez en Bearn Black?
La muerte de Bearn Black es la muerte de una aventura que debería haber llegado a su destino, que era permanecer más o menos tranquila, llanamente. Pero las aventuras son eso, aventuras. Luego viene otro aventurero más osado o más suertudo, como en la historia de Livingstone y Stanley.
Me apena de verdad la noticia. Porqué nos falta crítica y nos sobra vanidad, nos falta análisis y nos sobran eslóganes. Necesitamos reseñas y sobran estupideces narcisistas de Narcisos que se masturban ante la imagen de su propia impotencia brillante. Más cultura, por favor, digo yo. Y me responden con muerte. Eso no pinta nada bien. Yo soy un ingenuo que no sabe adivinar el futuro, pero ese futuro... ¿quién tiene ganas de adivinarlo?
Es cuando leo cosas como la muerte de Bearn Black cuando le doy gracias a la naturaleza, que me ha permitido estar más de 50 años en ella: estoy contento de hacerme mayor (o viejo) y de comprender que ya me voy yendo -poco a poco, si puede ser. Cada vez me interesa menos el mundo y los caminos que toma. Y sigo escribiendo, por cierto, pero con la calma.
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