Cada nueva lectura de Javier Cercas me llega como te llega la primera luz del alba tras una noche oscura y triste. Cuando se te ocurre pensar, presa del pánico, la desazón o el pesimismo, que no saldrás de esa noche. Ahora estoy con "El monarca de las sombras" y atrapado en esas páginas que se desencadenan, viajando de Extremadura a Cataluña y viceversa, en un vaivén que es de verdad, que no es de ficciones baratas. O te pones en la ficción de verdad (en Tartarín de Tarascón, en el Quijote, en Moby Dick, en Gargantúa, en Tarkovsky o en Fellini) o te vas a la verdad. Pero basta ya de ficciones a medias, de ese penoso costumbrismo de las letras catalanas que amenaza con sumirlo todo en un marasmo de tedio y de mediocridad sin fin. Quizás es el peaje del nacionalismo, no lo se.
Cercas vuelve una vez más a la literatura del siglo en que vivimos. Se olvida de los jueguecitos del narrador interpuesto entre el lector y el autor que tanta gracia le hacen a la cultureta local. A mi no me extraña nada que Cercas decida hablar de Cercas, ni que Javier Pérez Andújar haya escrito un diccionario. Basta ya de jueguecitos con el narrador. Y reconozco que hablo de Pérez Andújar cuando quería hablar solo de Cercas, y lo hago en gran parte empujado por dar alguna respuesta a las algaradas insufribles de ese sector del catalanismo cavernícola que está pendiente de Cercas y de Pérez Andújar, siempre de guardia y en guardia, porqué no comprenden lo que está sucediendo.
"El monarca de las sombras" podría ser la aproximación más valiente y verdadera que he leído hasta ahora sobre el asunto, tan difícil, de la "memoria histórica" en esta España tan compleja. Yo tuve un abuelo franquista y otro abuelo republicano, muerto en el exilio de Francia, y llevo media vida pensando en eso y unos cuantos años intentando escribir algo al respecto. Algo que siempre se me escapa, me elude, lo eludo. Los buenos y los malos, la vergüenza y el orgullo, la conciencia que se debate como un pez recién pescado en la red del pescador. ¿Tuve un abuelo bueno y un abuelo malo? ¿Como se habla de eso, como se escribe sobre eso? En definitiva: ¿de donde salgo, quién soy?. El abuelo republicano murió mucho antes de mi nacimiento, es algo así como un mito familiar. El abuelo franquista es un hombre que está en mi memoria, la de la piel, un abuelete buena persona que me enseñó a jugar al ajedrez. ¿Debo pensar que uno tuvo que morir para que el otro me pudiese enseñar el juego del ajedrez?
Javier Cercas empieza con la descripción de una vieja fotografía, la del tío falangista muerto en la batalla del Ebro, y lo enlaza con el relato de la depresión de su madre emigrada des de Ibahernando hasta Gerona, esa ciudad catalana que se le aparece triste, vetusta y gris y fea. Mis dos abuelas emigraron a Barcelona. La una, procedente de un pueblecito alicantino y la otra de una ciudad murciana. Las dos, debidamente aculturadas, casi se olvidaron de sus orígenes. Por suerte mía, eso fué algo que retuve y por fin estuve en los dos lugares, ya una vez cumplidos los 40. Me pregunté un montón de preguntas. Tanto en el pueblo de Alicante como en el de Murcia lo primero que se le ocurrió a mi cabecita fue comparar la luz azul y brillante de esos lugares con la tristeza gris de las fachadas barcelonesas que recibieron a mis abuelas. Me pregunté por el fantasma del progreso, de la industria. La avara hostilidad de los catalanes. Los fantasmas, siempre los fantasmas.
Leo a Cercas cuando tengo algo menos de 100 páginas escritas sobre la postguerra en los pueblos del Ebro, del Ebro después de la batalla. Empecé a escribir sobre esa batalla a partir de un falangista que murió en una carretera de la comarca del Priorato en 1945, bastante más tarde del fin de la guerra. Camilo Morales, ametrallado por un comando del maquis, cuatro guerrilleros que poco después fueron detenidos y fusilados, en Barcelona, y enterrados en el Fossar de la Pedrera, lugar en el que, algunos años más tarde de su entierro, crecieron las barracas de los andaluces y los murcianos. Eso es así tal como lo cuento y por lo tanto un laberinto denso y muy hijodeputa, hay que andarse con sumo cuidado. Ahí está, en esas barracas, Francisco Casavella con ese monumental "El día del Watusi", otra novela fundamental en la literatura catalana que los señores de la cultureta catalana van a negar hasta tres veces, como el canto del gallo que anuncia la aurora. La lectura de Cercas me pilla con la lectura de un texto profundo y necesario, "Las sombras se equivocaron de dueño" de Miquel Cartisano, que vivió en las barracas de Montjuïc (en Can Valero Petit), y que también es un relato que prescinde de esos narradores juguetones tan al gusto de la ficción miserable que nos rodea. Una literatura catalana para el siglo XXI.
Hay que escribir. Debemos escribir. Como Javier Cercas y como Javier Pérez Andújar y como Francisco Casavella y como Miquel Cartisano. Agarrar la verdad por la pechera y no por la espalda. Eso es lo que los catalanes podemos ofrecerle al mundo. ¿Hay que escribir la verdad en catalán o en castellano? Esa pregunta no es relevante en un país bilingüe y además... ¿qué pregunta es esa, después de 100 años de preguntársela? Esa pregunta es como las que Terenci Moix ridiculizó en "El sexe dels àngels" cuando pone en boca de un personaje: "¿la cultura catalana es burguesa o es la cultura preferida por todos los obreros del mundo? ¿Un escritor nacido en Cataluña que escribe en castellano puede considerarse un escritor catalán? ¿El teatro es un arma de agitación social?" Moix se cachondeaba de quienes no han sabido responder a ninguna de esas preguntas, y de quienes mantienen que esas preguntas son relevantes.
Digan lo que digan los comisarios políticos de la crítica subvencionada por el régimen catalán, hay que escribir para decir. Lo demás es silencio, ruido de fondo.
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