Hace años se llevó a cabo un experimento de psicología conductista muy conocido por el gran público, ya que a menudo se le cita incluso en televisión. Hoy el conductismo vuelve, aunque quizás un poco como todo, en una versión diluida, apta para todos los públicos y destinada al entretenimiento de las masas. Debe ser por esa razón que se me ha ocurrido pensar en él incluso cuando pensaba en las cosas de la novela negra española.
En aquel experimento metieron a un grupo de ratitas blancas en un espacio cerrado y con paredes de cristal, como una pecera pero con el suelo metálico y conectado a unos cables eléctricos. Al principio el suelo no está electrificado: los ratoncitos husmean con sus hocicos rosados, se saludan, buscan comida. Todo en paz y harmonía. Pero luego el experimentador activa un resorte, un dosificador de electricidad: el suelo de la jaula vibra y se llena de voltios. Es una descarga intensa y creciente, pero jamás es letal. A medida que la electricidad aumenta de potencia, los ratoncitos pasan de nerviosos a agresivos. Agresivos y luchadores, los unos contra los otros.
Los roedores pelean porque el medio se ha vuelto hostil. Están aterrorizados y su respuesta es la lucha. Se atacan, me muerden, se arañan.
Todo eso lo he recordado después de leer una polémica sobre género y novela que arrancó en el "festival" de novela negra de Gijón de este año y que se puede leer aquí. Para resumirlo (con todo el riesgo que contiene resumir): los escritores Rosa Ribas y Julián Ibáñez se enzarzaron en una disputa bastante agria por la cuestión de la presencia (en realidad por su contrario, la ausencia) de novelas debidas a la mano femenina en la selección previa al fallo que debía premiar la mejor novela negra publicada en el último año. Rosa Ribas lamentó en la lectura del fallo del jurado este déficit, y Julián Ibáñez respondió en un tono no muy alejado del que usa para escribir sus novelas. Luego se apuntaron otras voces al debate y el asunto subió de tono.
A mi me pareció una disputa de otro tiempo, de uno pretérito. Pretérito imperfecto, por supuesto. Pero luego me doy cuenta de que todo tiene una explicación. Intuyo que por detrás de las quejas, los agravios y las reivindicaciones asoma una hostilidad como la de los ratones del experimento.
Ya no se venden libros. Andamos por un territorio extraño que obedece a un mapa nuevo, una "terra incognita". ¿Adónde va el asunto del libro y el lector? ¿Qué le sucede al mercado editorial? La literatura es arte pero es también mercado. Aumentan las editoriales y los escritores al mismo ritmo que descienden los "consumidores". A veces uno diría que compran libros los escritores, o incluso que quienes antes compraban libros ahora los escriben pero ya no compran. El pastel se ha hecho pequeño y parece que tiende a desaparecer. Los autores se ponen nerviosos, discuten por cualquier motivo. Hay que promocionarse y hacerse visible a toda costa. Incluso mordiendo.
Discutirse por el asunto del género creo que es nuevo. Un nuevo campo de batalla. Vamos ampliando el campo de batalla. Pienso (o siento) que quizás nos encontramos ante el reflejo de algo más terrible, más grande, más global. Un clima de tensión creciente, la violencia planea sobre la vieja Europa ensimismada y decadente que antes fue adalid de los derechos humanos y la cultura de la paz. Florecen los nacionalismos y otras formas de egoísmo, se habla mucho de fronteras, de restringir derechos, de revisar todo lo que contenga el concepto de igualdad. (La fraternidad y la hermandad llevan años sin ni tan siquiera nombrarse).
Los ratoncitos hemos empezado a arañarnos. Creo que luego vendrán las dentelladas.
Después de pensar en ratones y psicología conductista pensé en otras cosas: Cervantes y su Quijote, la genialidad con la cual pretendió cargarse el género novelístico de moda de su tiempo y resulta que creó la novela contemporánea. ¿Destrucción y creación son lo mismo? Quizás estaría bien burlarse de la novela negra en una novela. Quizás estaría bien escribir sobre escritores de novela negra que dirimen sobre la mejor novela del año. En "El Maestro y Margarita", Bulgakov sitúa al mismísimo demonio en la sede de la santa academia de escritores de todas las Rusias y decide convertirles a todos en ratas, ya que el diablo tiene este tipo de poderes mágicos y negros. Mira tu por donde cierro el círculo de ratones y escritores y escritoras. Me gusta la idea de Bulgakov.
Luego también he pensado en la enorme vitalidad de la literatura latinoamericana y me pregunto si allí discuten por cuotas de género. Lo desconozco pero algo me dice que no lo hacen. Creo que en Europa hay más ratones que hombres y mujeres, y que hay más luz por allende los mares. Hoy por hoy, la gente de aquella zona nos gana en democracia, en proyectos y en esperanza.
Termino ya porqué tengo la desagradable sensación de haberme metido en un berenjenal ajeno, y yo no puedo aportar muchas titulaciones universitarias y soy maestro de primaria. Me siento como si me hubiese colado, sin invitación, en una fiesta de las que montaba el Gran Gatsby, con toda aquella gente tan selecta.
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