divendres, 23 de maig del 2014

The king in yellow


Howard P. Lovecraft li va retreure a Robert Chambers -foren contemporanis- que fos massa esquemàtic en els seus relats i que malbaratés un talent extraordinari. Avui, quan som a tres dies de les eleccios europees, em pregunto si El signe groc no podria referir-se al color groc de les estrelletes europees, que ja no signifiquen res.

El signo amarillo. The Yellow Sign
Robert Chambers (1865-1933)

Rompen las olas neblinosas a lo largo de la costa,
Los soles gemelos se hunden tras el lago,
Se prolongan las sombras En Carcosa.
Extraña es la noche en que surgen estrellas negras,
Y extrañas lunas giran por los cielos,
Pero más extraña todavía es la Perdida Carcosa.
Los cantos que cantarán las Híades
Donde flamean los andrajos del Rey,
Deben morir inaudibles en la Penumbrosa Carcosa.
Canto de mi alma, se me ha muerto la voz,
Muere, sin ser cantada, como las lágrimas no derramadas
Se secan y mueren en la Perdida Carcosa. 
El canto de Cassilda en El Rey de Amarillo Acto 1º, escena 2ª I.


¡Hay tantas cosas imposibles de explicar! ¿Por qué ciertas notas musicales me recuerdan los tintes dorados y herrumbrosos del follaje de otoño? ¿Por qué la Misa de Santa Cecilia hace que mis pensamientos vaguen entre cavernas en cuyas paredes resplandecen desiguales masas de plata virgen? ¿Qué había en el tumulto y el torbellino de Broadway a las seis de la tarde que hizo aparecer ante mis ojos la imagen de un apacible bosque bretón en el que la luz del sol se filtraba a través del follaje de la primavera y Sylvia se inclinaba a medias con curiosidad y a medias con ternura sobre una pequeña lagartija verde murmurando: "¡Pensar que esta es una criatura de Dios!" La primera vez que vi al sereno, estaba de espaldas a mí. Lo miré con indiferencia hasta que entró a la Iglesia. No le presté más atención que la que hubiera prestado a cualquier otro que deambulara por el parque de Washington aquella mañana, y cuando cerré la ventana y volví a mi estudio, ya lo había olvidado. Avanzaba la tarde, como hacía calor, abrí la ventana nuevamente y me asomé para respirar un poco de aire. Había un hombre en el atrio de la iglesia y lo observé otra vez con tan poco interés como por la mañana. Miré la plaza en que jugueteaba el agua de la fuente y luego, llena la cabeza de vagas impresiones de árboles, de senderos de asfalto y de grupos de niñeras y ociosos paseantes, me dispuse a volver a mi caballete. Entonces, mi mirada distraída incluyó al hombre del atrio de la iglesia. Tenía ahora la cara vuelta hacia mí y, con un movimiento totalmente involuntario, me incliné para vérsela. En el mismo instante levanté la cabeza y me miró. Me recordó de inmediato a un gusano de ataúd. Qué era lo que me repugnaba en el hombre, no lo sé, pero la impresión de un grueso gusano blancuzco de tumba fue tan intensa y nauseabunda que debe de haberle mostrado en mi expresión, porque apartó su abultada cara con un movimiento que me recordó una larva perturbada en un nogal. Volví a mi caballete y le hice señas a la modelo para que reanudara su pose. Después de trabajar un buen rato, advertí que estaba echando a perder tan de prisa como era posible lo que había hecho. Cogí una espátula y quité con ella el color. Las tonalidades de la carne eran amarillentas y enfermizas; no entendía cómo había podido dar unos colores tan malsanos a un trabajo que había resplandecido antes de salud. Miré a Tessie. No había cambiado y el claro arrebol de la salud le teñía el cuello y las mejillas; fruncí el ceño. -¿He hecho algo malo? -preguntó. -No... he estropeado este brazo y, no sé cómo pude haber ensuciado de este modo la tela -le contesté. -¿No estoy posando mal? -insistió. -Pues, claro, perfectamente. -¿No es culpa mía entonces? -No, es mía. -Lo siento muchísimo -dijo ella. Le dije que podía descansar mientras yo aplicaba trapo y aguarrás al sitio corroído de la tela; ella empezó a fumar un cigarrillo y a hojear las ilustraciones del Courier Français. No sé si tenía algo el aguarrás o era defecto de la tela, pero cuanto más frotaba, más parecía extenderse la gangrena. Trabajé como un castor para quitar aquello, pero la enfermedad parecía extenderse de miembro en miembro de la figura que tenía ante mí. Alarmado, luché por detenerla, pero ahora el color del pecho cambió y la figura entera pareció absorber la infección como una esponja absorbe el agua. Apliqué vigorosamente espátula y aguarrás pensando en la entrevista que tendría con Duval, que me había vendido la tela. pero pronto advertí que la culpa no era de la tela ni de los colores de Edward. "Debe de ser el aguarrás -pensé con enfado- o bien la luz del atardecer ha enturbiado y confundido tanto mi vista, que no me es posible ver bien." Llamé a Tessie, la modelo, que vino y se inclinó sobre mi silla llenando el aire con volutas de humo. -¿Qué ha estado usted haciendo? -exclamó. -Nada -gruñí-. Debe de ser el aguarrás. -¡Qué color más horrible tiene ahora! -prosiguió-.¿Le parece a usted que mi carne se parece a un queso Roquefort? -No, claro que no -dije con enfado-. ¿Me has visto alguna vez pintar de este modo? -¡Por cierto que no! -¡Entonces! -Debe de ser el aguarrás, o algo -admitió. Se puso una túnica japonesa y se acercó a la ventana. Yo raspé y froté hasta cansarme; finalmente cogí los pinceles y los hundí en la tela lanzando una gruesa expresión cuyo tono tan solo llegó a oídos de Tessie. No obstante, no tardó en exclamar: -¡Muy bonito! ¡Jure, actúe como un niño y arruine sus pinceles! Lleva tres semanas trabajando en ese estudio y ahora ¡mire! ¿De qué le sirve desgarrar la tela? ¡Que criaturas son los artistas! Me sentí tan avergonzado como de costumbre después de un exabrupto semejante, y volví contra la pared la tela arruinada. Tessie me ayudó a limpiar los pinceles y luego marchó bailando a vestirse. Desde detrás del biombo me regaló consejos sobre la pérdida parcial o total de la paciencia, hasta que creyendo quizá que ya me había atormentado lo bastante, salió a suplicarme que le abrochara el vestido por la espalda, donde ella no alcanzaba. -Todo ha salido mal desde el momento en que volvió de la ventana y me habló del horrible hombre que vio en el atrio de la iglesia -declaró. -Sí, probablemente embrujó el cuadro dije bostezando. Miré el reloj. -Son más de la seis, lo sé -dijo Tessie arreglándose el sombrero ante el espejo. -Sí -contesté-. No fue mi intención retenerte tanto tiempo. Me asomé por la ventana, pero retrocedí con disgusto. El joven de la cara pastosa estaba todavía en el atrio. Tessie vio mi ademán de desaprobación y se asomó. -¿Es ese el hombre que le disgusta? -susurró. Asentí con la cabeza. -No puedo verle la cara, pero parece gordo y blando. De todas maneras -continuó y se volvió hacia mí- me recuerda un sueño... un sueño espantoso que tuve una vez. Pero -musitó mirando sus elegantes zapatos- ¿fue un sueño en realidad? -¿Cómo puedo yo saberlo? -dije con una sonrisa. Tessie me sonrió a su vez. -Usted figuraba en él -dije-, de modo que quizá sepa algo. -¡Tessie, Tessie! -protesté- ¡No te atrevas a halagarme diciendo que sueñas conmigo! -Pues lo hice -insistió-. ¿Quiere que se lo cuente? -Adelante -le contesté encendiendo un cigarrillo. Tessie se apoyó en el antepecho de la ventana abierta y empezó muy seriamente: -Fue una noche del invierno pasado. Estaba yo acostada en la cama sin pensar en nada en particular. Había estado posando para usted y me sentía agotada, no obstante, me era imposible dormir. Oí a las campanas de la ciudad dar las diez, las once y la medianoche. Debo de haberme quedado dormida aproximadamente alrededor de las doce, porque no recuerdo haber escuchado más campanadas. Me parece que apenas había cerrado los ojos, cuando soñé que algo me impulsaba a ir a la ventana. Me levanté abriendo el postigo, me asomé. La calle Veinticinco estaba desierta hasta donde alcanzaba mi vista. Empecé a sentir miedo; todo afuera parecía tan... ¡tan negro e inquietante! Entonces oí un ruido lejano de ruedas a la distancia, y me pareció corno si aquello que se acercaba era lo que debía esperar. Las ruedas se aproximaban muy lentamente y por fin pude distinguir un vehículo que avanzaba por la calle. Se acercaba cada vez más, y cuando pasó bajo mi ventana me di cuenta que era una carroza fúnebre. Entonces, cuando me eché a temblar de miedo, el cochero se volvió y me miró. Cuando desperté estaba de pie frente a la ventana abierta estremecida de frío, pero la carroza empenachada de negro y su cochero habían desaparecido. Volví a tener ese mismo sueño el pasado mes de marzo y otra vez desperté junto a la ventana abierta, Anoche tuve el mismo sueño. Recordará cómo llovía; cuando desperté junto a la ventana abierta tenía el camisón empapado. -Pero ¿qué relación tengo yo con el sueño? -pregunté. -Usted... usted estaba en el ataúd; pero no estaba muerto. -¿En el ataúd? -Sí. -¿Cómo lo sabes? ¿Podías verme? -No; sólo sabía que usted estaba allí. -¿Habías comido Welsh rarebits o ensalada de langosta? -empecé yo riéndome, pero la chica me interrumpió con un grito de espanto. -¡Vaya! ¿Qué sucede? -pregunté al verla retroceder de la ventana. -El... el hombre de abajo del atrio de la iglesia... es el que conducía la carroza fúnebre. -Tonterías -dije, pero los ojos de Tessie estaban agrandados por el terror. Me acerqué a la ventana y miré. El hombre había desaparecido-. Vamos, Tessie -la animé-, no seas tonta. Has posado demasiado; estás nerviosa. -¿Cree que podría olvidar esa cara? -murmuró-.Tres veces vi pasar la carroza fúnebre bajo mi ventana, y tres veces el cochero se volvió y me miró. Oh, su cara era tan blanca y... ¿blanca? Parecía un muerto... como si hubiera muerto mucho tiempo atrás. Convencí a la muchacha de que se sentara y se bebiera un vaso de Marsala. Luego me senté junto a ella y traté de aconsejarla. -Mira, Tessie -dije-, vete al campo por una semana o dos y ya verás como no sueñas más con carrozas fúnebres. Pasas todo el día posando y cuando llega la noche tienes los nervios alterados. No puedes seguir a este ritmo. Y después, claro, en lugar de irte a la cama después de terminado el trabajo, te vas de picnic al parque Sulzer o a El Dorado o a Coney Island, y cuando vienes aquí a la mañana siguiente te encuentras rendida. No hubo tal carroza fúnebre. No fue más que un tonto sueño. La muchacha sonrió débilmente. -¿Y el hombre del atrio de la iglesia? -Oh, no es más que un pobre enfermo como tantos. -Tan cierto como me llamo Tessie Rearden, le juro, señor Scott, que la cara del hombre de abajo es la cara del que conducía la carroza fúnebre. -¿Y qué? -dije-. Es un oficio honesto. -Entonces, ¿cree que sí vi la carroza fúnebre? -Bueno -dije diplomáticamente-, si realmente la viste, no sería improbable que el hombre de abajo la condujera. Eso nada tiene de raro. Tessie se levantó, desenvolvió su perfumado pañuelo y cogiendo un trozo de goma de mascar anudado en un ángulo, se lo metió en la boca. Luego, después de ponerse los guantes, me ofreció su mano con un franco: -Hasta mañana, señor Scott. Y se marchó. II. A la mañana siguiente, Thomas, el botones, me trajo el Herald y una noticia. La iglesia de al lado había sido vendida. Agradecí al cielo por ello. No porque yo siendo católico, tuviera repugnancia alguna por la congregación vecina, sino porque tenía los nervios destrozados a causa de un predicador vociferante, cuyas palabras resonaban en la nave de la iglesia como si fueran pronunciadas en mi casa y que insistía en sus erres con una persistencia nasal que me revolvía las entrañas. Había además un demonio en forma humana, un organista que interpretaba los himnos antiguos de una manera muy personal. Yo clamaba por la sangre de un ser capaz de tocar la doxología con una modificación de tonos menores sólo perdonable en un cuarteto de principiantes. Creo que el ministro era un buen hombre, pero cuando berreaba: "Y el Señorrr dijo a Moisés, el Señorrr es un hombre de guerrrra; el Señorrr es su nombre. Arrrderá mi irrra y yo te matarrré con la espada", me preguntaba cuántos siglos de purgatorio serían necesarios para expiar semejante pecado. -¿Quien compró la propiedad? -pregunté a Thomas. -Nadie que yo conozca, señor. Dicen que el caballero que es propietario de los apartamentos Hamilton estuvo mirándola. Quizás esté por construir más estudios. Me acerqué a la ventana. El joven de la cara enfermiza estaba junto al portal del atrio; sólo verlo me produjo la misma abrumadora repugnancia. -A propósito, Thomas -dije-, ¿quién es ese individuo allá abajo? Thomas resopló por la nariz. -¿Ese gusano, señor? Es el Sereno de la iglesia, señor. Me exaspera verlo toda la noche en la escalinata, mirándolo a uno con aire insultante. Una vez le di un puñetazo en la cabeza, señor... con su perdón, señor... -Adelante, Thomas. -Una noche que volvía a casa con Harry, el otro chico inglés, lo vi sentado allí en la escalinata. Molly y Jen, las dos chicas de servicio, estaban con nosotros, señor, y él nos miró de manera tan insultante, que yo voy y le digo: ";Qué está mirando, babosa hinchada?" Con su perdón, señor, pero eso fue lo que le dije. Entonces él no contestó y yo le dije: "Ven y verás cómo te aplasto esa cabeza de puddin." Entonces abrí el portal y entré, pero él no decía nada y seguía mirándome de ese modo insultante. Entonces le di un puñetazo, pero tenía la cara tan fría y untuosa que daba asco tocarla. -¿Qué hizo él entonces? -pregunté con curiosidad. -¿Él? Nada. -¿Y tú, Thomas? El joven se ruborizó turbado y sonrió con incomodidad. -Señor Scott, yo no soy ningún cobarde y no puedo explicarme por qué eché a correr. Estuve en el Quinto de Lanceros, señor, corneta en Te-el-Kebir y me han disparado a menudo. -¿Quieres decir que huiste? -Sí, señor, eso hice. -¿Por qué? -Eso es lo que yo quisiera saber, señor. Agarré a Molly del brazo y eché a correr, y los demás estaban tan asustados como yo. -Pero ¿de qué tenían miedo? Thomas rehusó contestar, pero el repulsivo joven de abajo había despertado tanto mi curiosidad, que insistí. Tres años de estadía en América no sólo habían modificado el dialecto cockney, sino que le habían inculcado el temor americano al ridículo. -No va usted a creerme, señor Scott. -Sí, te creeré. -¿No va a reírse de mí, señor? -¡Tonterías! Vaciló. -Bien señor, tan verdad como que hay Dios lo golpeé, él me agarró de las muñecas, y cuando le retorcí uno de los puños blandos y untuosos, me quedé con uno de sus dedos en la mano. Toda la repugnancia y el horror que había en la cara de Thomas debieron de haberse reflejado en la mía, porque agregó: -Es espantoso. Ahora cuando lo veo, me alejo. Me pone enfermo. Cuando Thomas se hubo marchado, me acerqué a la ventana. El hombre estaba junto al enrejado de la iglesia con las manos en el portal, pero retrocedí con prisa a mi caballete, descompuesto y horrorizado. Le faltaba el dedo medio de la mano derecha. A las nueve apareció Tessie y desapareció tras el biombo con un alegre "Buenos días, señor Scott". Cuando reapareció y adoptó su pose sobre la tarima, empecé para su deleite una tela nueva. Mientras trabajé en el dibujo, permaneció en silencio, pero no bien cesó el rasguido de la carbonilla y cogí el fijador, comenzó a charlar. -¡Pasamos un momento tan agradable anoche! Fuimos a Tony Pastor's. -¿Quienes? -Oh, Maggie, ya sabe usted, la modelo del señor Whyte, y Rosi McCormick -la llamamos Rosi porque tiene esos hermosos cabellos rojos que gustan tanto a los artistas- y Lizzie Burke. Rocié la tela con el fijador y dije: -Bien, continúa. -Vimos, a Kelly y a Baby Barnes, la bailarina y... a todo el resto. Hice una conquista. -¿Entonces me has traicionado, Tessie? Ella se echó a reír y sacudió la cabeza. -Es Ed Burke, el hermano de Lizzie. Un perfecto caballero. Me sentí obligado a darle algunos consejos paternales acerca de las conquistas, que ella recibió con sonrisa radiante. -Oh, sé cuidarme de una conquista desconocida -dijo examinando su goma de mascar-,pero Ed es diferente. Lizzie es mi mejor amiga. Entonces contó que Ed había vuelto de la fábrica de calcetines de Lowell, Massachusetts, y que se había encontrado con que ella y Lizzie ya no eran unas niñas, y que era un joven perfecto que no tenía el menor inconveniente en gastarse medio dólar para invitarlas con helados y ostras a fin de festejar su comienzo como dcpendiente en el departamento de lanas de Macy's. Antes que terminara, yo había empezado a pintar, y adoptó nuevamente su pose sonriendo y parloteando como un gorrión. Al mediodía ya tenía el estudio bien limpio y Tessie se acercó a mirarlo. -Eso está mejor -dijo. También yo lo pensaba así y comí con la íntima satisfacción de que todo iba bien. Tessie puso su comida en una mesa de dibujo frente a mí y bebimos clarete de la misma botella y encendimos nuestros cigarrillos con la misma cerilla. Yo le tenía mucho apego a Tessie. De una niña frágil y desmañada, la había visto convertirse en una mujer esbelta y exquisitamente formada. Había posado para mí durante los tres últimos años y de todas mis modelos ella era la favorita. Me habría afligido mucho, en verdad, que se vulgarizara o se volviera una fulana, como suele decirse, pero jamás advertí el menor deterioro en su conducta y sentía en el fondo que ella era una buena chica. Nunca discutíamos de moral, y no tenía intención de hacerlo, en parte porque yo no tenía muy en cuenta a la moral, pero también porque sabía que ella haría lo que le gustara muy a mi pesar. No obstante, esperaba de todo corazón que no se viera envuelta en dificultades, porque deseaba su bien y también por el egoísta motivo de no perder a la mejor de mis modelos. Sabía que una conquista, como la había llamado Tessie, no significaba nada para chicas como ella, y que tales cosas en América no se asemejan en nada a las mismas cosas en París. No obstante, yo había vivido con los ojos bien abiertos y sabía que alguien se llevaría algún día a Tessie de un modo u otro, y aunque por mi parte consideraba que el matrimonio era un disparate, esperaba sinceramente, que en este caso había un sacerdote al final de la aventura. Soy católico. Cuando oigo misa solemne, cuando me persigno, siento que todo, con inclusión de mí mismo, se encuentra más animado, y cuando me confieso, me siento bien. Un hombre que vive tan solo como yo, debe confesarse con alguien. Claro que Sylvia, era católica, y ese era motivo suficiente para mí. Pero estaba hablando de Tessie, lo que es muy diferente. Tessie también era católica y mucho más devota que yo, de modo que, teniendo todo esto en cuenta, no había mucho que temer por mi bonita modelo mientras no se enamorase. Pero entonces sabía que sólo el destino decidiría su futuro, y rezaba internamente por que ese destino la mantuviera alejada de hombres como yo y que pusiera en su camino muchachos como Ed Burker y Jimmy McCormick. ¡Dios bendiga su dulce rostro! Tessie estaba sentada lanzando anillos de humo que ascendían al cielo raso y haciendo tintinear el hielo en su vaso. -¿Sabes, Chavala, que también yo tuve un sueño anoche? La observé. A veces la llamaba "la Chavala". -No habrá sido ese hombre -dijo riendo. -Exacto. Un sueño parecido al tuyo, sólo que mucho peor. Fue tonto e irreflexivo de mi parte decirlo, pero ya se sabe el poco tacto que tienen los pintores por lo general. -Debo de haberme quedado dormido poco más o menos a las diez -proseguí-, y al cabo de un rato soñé que me despertaba. Tan claramente oí las campanas de la medianoche, el viento en las ramas de los árboles y la sirena de los vapores en la bahía, que incluso ahora me es difícil creer que no estaba despierto. Me parecía yacer en una caja con cubierta de cristal. Veía débilmente las lámparas de la calle por donde pasaba, pues debo decirte, Tessie, que la caja en la que estaba tendido parecía encontrarse en un carruaje acojinado en el que iba sacudiéndome por una calle empedrada. Al cabo de un rato me impacienté e intenté moverme, pero la caja era demasiado estrecha. Tenía las manos cruzadas en el pecho, de modo que no me era posible levantarlas para aliviarme. Escuché y, luego, intenté llamar. Había perdido la voz. Podía oír los cascos de los caballos uncidos al coche e incluso la respiración del conductor. Entonces otro ruido irrumpió en mis oídos, como el abrir de una ventana. Me las compuse para ladear la cabeza un tanto, y descubrí que podía ver, no sólo a través del cristal que cubría la caja, sino también a través de los paneles de cristal a los lados del carruaje. Vi casas. Vi casas, vacías y silenciosas, sin vida ni luz en ninguna de ellas, excepto en una. En esa casa había una ventana abierta en el primer piso, y una figura toda de blanco miraba a la calle. Eras tú. Tessie había apartado su cara de mí y se apoyaba en la mesa sobre el codo. -Pude verte la cara proseguí- que me pareció muy angustiada. Luego seguimos viaje y doblamos por una estrecha y negra calleja. De pronto los caballos se detuvieron. Esperé y esperé, cerrando los ojos con miedo e impaciencia, pero todo estaba silencioso como una tumba. Al cabo de lo que me parecieron horas, empecé a sentirme incómodo. La sensación de que algo se acercaba hizo que abriera los ojos. Entonces vi la cara del cochero de la carroza fúnebre que me miraba a través de la cubierta del ataúd... Un sollozo de Tessie me interrumpió. Estaba temblando como una hoja. Vi que me había comportado como un asno e intenté reparar el daño. -¡Vaya, Tess -dije- Sólo te lo conté para mostrarte la influencia de tu historia en los sueños de los demás. No pensarás realmente que estoy tendido en un ataúd ¿no es cierto? ¿Por qué estás temblando? ¿No te das cuenta de que tu sueño y la irrazonable repugnancia que me produce ese inofensivo sereno de la iglesia pusieron sencillamente en marcha mi cerebro no bien me quedé dormido? Puso la cabeza entre sus brazos y sollozó como si fuera a rompérsele el corazón. Me había portado como un imbécil. Pero estaba por superar mi propio récord. Me le acerqué y la rodeé con el brazo. -Tessie, querida, perdóname -dije-; no tendría que haberce asustado con semejantes tonterías. Eres una chica demasiado atinada, demasiado buena católica corno para creer en sueños. Su mano se puso en la mía y su cabeza cayó sobre mi hombro, pero todavía temblaba; yo la acariciaba y la consolaba. -Vamos, Tess, abre los ojos y sonríe. Sus ojos se abrieron con un lánguido lento movimiento y se encontraron con los míos, pero su expresión era tan extraña que me apresuré a reanimarla otra vez. -Fue una patraña, Tessie, no creerás que todo esto podrá acarrearte algún mal. -No -dijo, pero sus labios escarlatas se estremecieron. -¿Qué sucede, entonces? ¿Tienes miedo? -Sí, pero no por mi. -¿Por mí, entonces? -pregunté alegremente. -Por usted -murmuró en voz casi inaudible-. Yo...yo lo quiero a usted. En un principio me eché a reír, pero cuando comprendí lo que decía, un estremecimiento me atravesó el cuerpo y me quedé sentado como de piedra. Esta era la culminación de las tonterías que llevaba cometidas. En el momento que transcurrió entre su réplica y mi contestación, pensé en mil respuestas a esa inocente confesión. Podía desecharla con una sonrisa, podía hacerme el desentendido y decirle que me encontraba muy bien de salud, podía manifestarle con sencillez que era imposible que ella me amase. Pero mi reacción fue más veloz que mis pensamientos, y cuando quise darme cuenta ya era demasiado tarde, porque la había besado en la boca. Aquella noche fui a dar mi paseo habitual por el parque de Washington pensando en los acontecimientos del día. Me había comprometido a fondo. No podía echarme atrás ahora, y miré de frente a mi futuro. Yo no era bueno, ni siquiera escrupuloso, pero no tenía intención de engañarme a mí mismo o a Tessie. La única pasión de mi vida yacía sepultada en los soleados bosques de Bretaña. ¿Estaba sepultado para siempre? La Esperanza clamaba: "¡No!" Durante tres años había esperado el ruido de unos pasos en mi umbral. ¿Sylvia se había olvidado? "¡No!" clamaba la Esperanza. Dije que no era bueno. Eso es verdad, pero con todo no era exactamente el villano de la ópera cómica. Había llevado una vida fácil y atolondrada, recibiendo de buen grado el placer que se me ofrecía, deplorando, a veces lamentando con amargura, las consecuencias. Sólo una cosa, con excepción de mi pintura, tomaba en serio, y aquello yacía ocultado, si no perdido, en los bosques bretones. Era demasiado tarde ahora para lamentar lo ocurrido en el día. Tanto si fue lástima, como si fue la súbita ternura que produce el dolor o el más brutal instinto de la voluntad satisfecha, daba igual ahora, y a no ser que deseara dañar a un corazón inocente, tenía la senda trazada ante mí. El fuego y la intensidad, la profundidad de la pasión de un amor que ni siquiera había sospechado, a pesar de la experiencia que creía tener del mundo, no me dejaban otra alternativa que corresponderle o apartarla de mi lado. No se si me acordaba producir dolor en los demás o si hay algo en mí de lóbrego puritano, pero lo cierto es que me repugnaba negar la responsabilidad por ese irreflexible beso, y de hecho no tuve tiempo de hacerlo antes que se abriesen las puertas de su corazón y la marejada se expandiera. Otros que habitualmente cumplen con su deber y encuentran una sombría satisfacción en hacer de sí mismos y de los demás unos desdichados, quizá habrían resistido. Yo no. No me atreví. Después de amainada la tormenta, le dije que más le habría valido amar a Ed Burke y llevar un sencillo anillo de oro, pero no quiso escucharme siquiera, y pensé que mientras hubiera decidido amar a alguien con quien no podía casarse, era preferible que fuera yo. Yo, al menos, podría tratarla con inteligente afecto, y cuando ella se cansara de su pasión, no saldría de ella mal parada. Porque yo estaba decidido en cuanto a eso, aunque sabía lo difícil que resultaría. Recordaba el final habitual de las relaciones platónicas y cuánto me disgustaba oír de ellas. Sabía que iniciaba una gran empresa para alguien tan falto de escrúpulos como yo, y temía el futuro, pero ni por un momento dudé de que ella estaría segura conmigo. Si se hubiera tratado de cualquier otra, no me habría dejado atormentar por escrúpulos. Pero ni se me ocurría la posibilidad de sacrificar a Tessie como lo habría hecho con una mujer de mundo. Miraba el porvenir directamente a la cara y veía los varios probables finales del asunto. Terminaría ella por cansarse de mí, o llegaría a ser tan desdichada que tendría que desposarla o abandonarla. Si nos casábamos, seríamos desdichados. Yo con una mujer inapropiada para mí, ella con un marido inapropiado para cualquier mujer. Porque mi vida pasada no me calificaba para el matrimonio. Si la abandonaba, quizá caería enferma, pero se recuperaría y acabaría casándose con algún Ed Burke, pero, precipitada o deliberadamente, podía cometer una tontería. Por otra parte, si se cansaba de mí, toda su vida se desplegaría ante ella con maravillosas visiones de Eddie Burke, anillos de boda, gemelos, pisos en Harlem y el Cielo sabe que más. Mientras me paseaha entre los árboles vecinos al Arco de Washington, decidí que de cualquier modo ella encontraría a un sólido amigo en mí, y que el futuro se cuidara de sí mismo. Luego entré en la casa y me puse el traje de noche, porque la nota ligeramente perfumada que habla sobre mi tocador decía: "Tenga un coche pronto a la entrada de los artistas a las once", y estaba firmada "Edith Carmichel, Teatro Metropolitan, 19 de junio de 189-." Esa noche cené o, más bien cenamos la señorita Carmichel y yo, en el Solari y el alba empezaba a dorar la cruz de la iglesia Memorial cuando entré en el parque de Washington después de haber dejado a Edith en Brunswick. No había un alma en el parque cuando pasé entre los árboles y cogí el sendero que va de la estatua de Garibaldi al edificio de los apartamentos Hamilton, pero al pasar junto al atrio de la iglesia vi una figura sentada en la escalinata de piedra. A pesar mío, me estremecí al ver la hinchada cara blancuzca y apresuré el paso. Entonces dijo algo que pudo haberme estado dirigido o quizá sólo estuviera musitando para sí, pero que semejante individuo se dirigiera a mí me puso súbitamente furioso. Por un instante me dieron ganas de girar sobre los talones y aplastarle la cabeza con el bastón, pero seguí andando, entré en el Hamilton y fui a mi apartamento. Por algún tiempo di vueltas en la cama intentando librarme de su voz, pero no me fue posible. Ese murmullo me llenaba la cabeza como el denso humo aceitoso de una cuba donde se cuece grasa o la nociva fetidez de la podredumbre. Y mientras me revolvía en mi lecho, la voz en mis oídos parecía más clara y distante, y empecé a entender las palabras que había murmurado. Me llegaban lentamente, como si las hubiera olvidado y por fin pudiera comprender su sentido. Había articulado: -¿Has encontrado el Signo Amarillo? -¿Has encontrado el Signo Amarillo? -¿Has encontrado el Signo Amarillo? Estaba furioso. ¿Qué había querido decir con eso? Luego, dirigiéndole una maldición, cambié de postura, y me quedé dormido, pero cuando más tarde desperté estaba pálido y ojeroso, porque había vuelto a soñar lo mismo de la noche pasada y me turbaba más de lo que quería confesarme. Me vestí y bajé al estudio. Tessie estaba sentada junto a la ventana. Cuando yo entré se puso de pie y me rodeó el cuello con los brazos para darme un beso inocente. Tenía un aspecto tan dulce y delicado que la volví a besar y luego me fui a sentar frente al caballete. -¡Vaya! ¿Dónde está el estudio que empecé ayer? Tessie parecía confusa, pero no respondió. Comencé a buscar entre pilas de telas mientras le decía: -Apresúrate, Tess, y prepárate; debemos aprovechar la luz de la mañana. Cuando por fin abandoné la búsqueda entre las otras telas y me volví para registrar el cuarto, vi que Tessie estaba de pie junto al biombo con las ropas todavía puestas. -¿Qué sucede? -le pregunté-. ¿No te sientes bien? -Sí. -Apresúrate, entonces. -¿Quiere que pose como... como he posado siempre? Entonces comprendí. Se presentaba una nueva complicación. Había perdido, por supuesto, a la mejor modelo de desnudo que había conocido nunca. Miré a Tessie. Tenía el rostro escarlata. ¡Ay! ¡Ay! Habíamos comido el fruto del árbol del conocimiento y el Edén y la inocencia original ya eran sueños del pasado... quiere decir, para ella. Supongo que notó la desilusión en mi cara, porque dijo: -Posaré, si lo desea. El estudio está detrás del biombo. He sido yo quien lo ha puesto allí. -No -le dije-, empezaremos algo nuevo. Y fui a mi armario y elegí un vestido morisco resplandeciente de lentejuelas. Era un traje auténtico y Tessie se retiró tras el biombo encantada con él. Cuando salió otra vez, quedé atónito. Sus largos cabellos negros estaban sujetos en su frente por una diadema de turquesas y los extremos llegaban rizados hasta la faja resplandeciente. Tenía los pies calzados en unas bordadas babuchas puntiagudas, y la falda del vestido, curiosamente recamada de arabescos de plata, le caía hasta los tobillos. El profundo azul metálico del chaleco bordado en plata y la chaquetilla morisca en la que estaban cosidas refulgentes turquesas, le sentaban maravillosamente. Avanzó hacia mí y levanté la cabeza sonriente. Deslicé la mano en el bolsillo, saqué una cadena de oro con una cruz y se la coloqué en la cabeza. -Es tuya, Tessie. -¿Mía? -balbució. -Tuya. Ahora ve y posa. Entonces, con una sonrisa radiante, corrió tras el biombo y reapareció en seguida con una cajita en la que estaba escrito mi nombre. -Tenía intención de dársela esta noche antes de irme a casa-dijo-, pero ya no puedo esperar. Abrí la caja. Sobre el rosado algodón, había un broche de ónix negro en el que estaba incrustado un curioso símbolo o letra de oro. No era arábigo ni chino, ni como pude comprobar después no pertenecía a ninguna de las escrituras humanas. -Es todo lo que tengo para darle como recuerdo. Me sentí molesto, pero le dije que lo tendría en alta estima y le prometí llevarlo siempre. Ella me lo sujetó en la chaqueta, bajo la solapa. -¡Qué tontería, Tess, comprar algo tan bello! –le dije. -No lo he comprado -dijo riendo. -¿De dónde lo has sacado? Entonces me contó que lo había encontrado un día al volver del acuario de la Batería y que había hecho publicar un aviso en los periódicos y que por fin perdió las esperanzas de encontrar al propietario del broche. -Fue el invierno pasado -dije-, el mismo día en que tuve por primera vez ese horrible sueño de la carroza fúnebre. Recordé el sueño que había tenido la pasada noche, pero no dije nada, y en seguida la carbonilla empezó a revolotear sobre la nueva tela, y Tessie permaneció inmovil en la tarima. III. El día siguiente fue desastroso para mí. Mientras trasladaba una tela enmarcada de un caballete a otro, mis pies resbalaron en el suelo encerado y caí pesadamente sobre ambas muñecas. Tan grave fue la luxación sufrida que resultó inútil intentar sostener el pincel, examinando dibujos y esbozos inacabados hasta que, ya desesperado me senté a fumar y a girar los pulgares con fastidio. La lluvia que azotaba los cristales y tamborileaba sobre el techo de la iglesia me produjo un ataque de nervios con su interminable repiqueteo. Tessie cosía sentada junto a la ventana, y de vez en cuando levantaba la cabeza y me miraba con una compasión tan inocente, que empecé a avergonzarme de mi irritación y miré a mi alrededor en busca de algo en qué ocuparme. Había leído todos los periódicos y todos los libros de la biblioteca, pero por hacer algo me dirigí a la librería y la abrí con el codo. Conocía cada volumen por el color y los examiné a todos pasando lentamente junto a la librería y silbando para animarme el espíritu. Estaba por volverme para ir al comedor, cuando me sorprendió un libro encuadernado en amarillo en un rincón de la repisa más alta de la última biblioteca. No lo recordaba y desde el suelo no alzaba a descifrar las pálidas letras sobre el lomo, de modo que fui a la sala de fumar y llamé a Tessie. Ella vino del estudio y se encaramó para alcanzar el libro -¿Qué es? -le pregunté. -El Rey de Amarillo. Quedé estupefacto. ¿Quién lo había puesto allí? ¿Cómo había ido a parar a mis aposentos? Hacía ya mucho que había decidido no abrir jamás ese libro, y nada en la tierra podría haberme persuadido a comprarlo. Temiendo que la curiosidad me tentara a abrirlo, ni siquiera lo había mirado nunca en las librerías. Si alguna vez experimenté la curiosidad de leerlo, la espantosa tragedia del joven Castaigne, a quien yo había conocido, me disuadió de enfrentarme con sus malignas páginas. Siempre me negué a escuchar su descripción y, en verdad, nadie se aventuró nunca a comentar en alta voz la segunda parte, de modo que no tenía conocimiento en absoluto de lo que podrían revelar esas páginas. Me quedé mirando fijamente la ponzoñosa encuadernación amarilla como habría mirado a una serpiente. -No lo toques, Tessie -dije-. Baja de ahí. Por supuesto, mi admonición bastó para despertar su curiosidad y antes que pudiera impedírselo cogió el libro y, con una carcajada, se fue bailando al estudio con él. La llamé, pero ella se alejó dirigiendo una torturadora sonrisa a mis imponentes manos y yo la seguí con cierta impaciencia. -¡Tessie! -grité entrando en la biblioteca-, escucha, hablo en serio. Deja ese libro. ¡No quiero que lo abras! La biblioteca estaba vacía. Fui a ambas salas, luego los dormitorios, a la lavandería, la cocina y, finalmente, volví a la biblioteca donde inicié un registro sistemático. Se había acurrucado, pálida, y silenciosa, junto a la ventana reticulada del cuarto del almacenaje de arriba. A primera vista me di cuenta que su necedad había sido castigada. El Rey de Amarillo estaba a sus pies, pero el libro estaba abierto en la segunda parte. Miré a Tessie y vi que era demasiado tarde. Había abierto El Rey de Amarillo. Entonces la tomé de la mano y la conduje al estudio. Parecía obnubilada, y cuando le dije que se tendiera en el sofá me obedeció sin decir palabra. Al cabo de un rato sus ojos se cerraron y la respiración se le hizo regular y profunda, pero no me fue posible descubrir si dormía o no. Durante largo rato me quedé sentado en silencio junto a ella, en el cuarto de almacenaje jamás frecuentado, cogí el libro amarillo con la mano menos herida. Parecía pesado como el plomo, pero lo llevé al estudio otra vez y sentándome en la alfombra junto al sofá, lo abrí y lo leí desde el principio al fin. Cuando debilitado por el exceso de las emociones, dejé caer el volumen y me recosté fatigado contra el sofá, Tessie abrió los ojos y me miró. Habíamos estado hablando cierto tiempo con opacada y monótona tensión cuando advertí que estábamos comentando El Rey de Amarillo. ¡Oh, qué pecado, haber escrito semejantes palabras... palabras que son claras como el cristal, límpidas y musicales como una fuente burbujeante, palabras que resplandecen y refulgen como los diamantes envenenados de los Medicis! ¡Oh, la malignidad, la condenación más allá de toda esperanza de un alma capaz de fascinar y paralizar a criaturas humanas con tales palabras! Palabras que comprenden el ignorante y el sabio por igual, palabras más preciosas que joyas, más apaciguadoras que la música celestial, más espantosas que la muerte misma. Seguimos hablando sin prestar atención a las sombras que se espesaban, y ella me estaba rogando que me deshiciera del broche de ónix negro en que estaba curiosamente incrustado lo que, ahora lo sabíamos, era el Signo Amarillo. Nunca sabré por qué me negué a hacerlo, aunque en esta hora, aquí, en mi habitación, mientras escribo esta confesión, me gustaría saber qué me impidió arrancar el Signo Amarillo de mi pecho y arrojarlo al fuego. Estoy seguro de que deseaba hacerlo, pero Tessie me lo imploró en vano. Cayó la noche y transcurrieron las horas, pero aún seguíamos hablando quedo del Rey y la Máscara Pálida, y la medianoche sonó en los chapiteles brumosos de la ciudad hundida en la niebla. Hablamos de Hastur y Cassilda mientras afuera la niebla rozaba los ciegos paneles de las ventanas como el oleaje de las nubes avanzaba y se rompía sobre las costas de Hali. La casa estaba ahora acallada y ni el menor sonido de las calles brumosas quebrantaba el silencio. Tessie yacía entre cojines, su rostro era una mancha gris en la penumbra, pero tenía sus manos apretadas en las mías y yo sabía que ella sabía y que leía mis pensamientos como yo los suyos, porque habíamos comprendido el misterio de las Híadas y ante nosotros se alzaba el Fantasma de la Verdad. Entonces, mientras nos respondíamos el uno a la otra, velozmente, en silencio, pensamiento tras pensamiento, las sombras se agitaron en la penumbra que nos rodeaba y a lo lejos en las calles distantes oímos un sonido. Cada vez más cerca, se escuchó el lóbrego crujido de ruedas, cada vez más cerca todavía, y ahora cesó afuera, ante la puerta. Me arrastré hasta la ventana y vi una carroza fúnebre empenachada de negro. El portal, abajo, se abrió y se volvió a cerrar; me arrastré temblando hasta la puerta y le eché la llave, pero no había candado ni cerradura que pudiera impedir el paso de la criatura que venía en busca del Signo Amarillo. Y ahora la oía avanzar muy lentamente por el vestíbulo. Y ahora estaba a la puerta y los candados se pudrieron a su tacto. Ahora había entrado. Con ojos que se me saltaban de las órbitas trate de escudriñar en la oscuridad, pero cuando entró en el cuarto, no la vi. Sólo cuando la sentí envolverme en su frío abrazo blando grité y luché con furia mortal, pero tenía las manos inutilizadas y me arrancó el broche de el ónix de la chaqueta y me golpeó en plena cara. Entonces, al caer, oí el grito leve de Tessie y su espíritu voló al encuentro de Dios, y mientras caía deseé poder seguirla, porque sabía que el Rey de Amarillo había abierto su andrajoso manto y ahora sólo era posible implorar ante Cristo. Podría decir más, pero al mundo no le serviría de nada. En cuanto a mí, estoy más allá de toda ayuda o esperanza humanas. Mientras yazgo aquí escribiendo, sin preocuparme de si moriré o no, antes de terminar, veo al doctor que recoge sus polvos y frascos con un vago ademán dirigido al buen cura que tengo junto a mí; entonces comprendo. Sentirán curiosidad por conocer los detalles de la tragedia... ésos del mundo exterior que escriben libros e imprimen millones de periódicos, pero no escribiré ya más, y el padre confesor sellará mis últimas palabras con el sello sagrado cuando su santo oficio haya sido cumplido. Los del mundo exterior podrán enviar a sus vástagos a hogares desdichados o casas visitadas por la muerte, y sus periódicos se cebarán en la sangre y las lágrimas, pero en mi caso sus espías tendrán que detenerse ante el confesionario. Saben que Tessie ha muerto y que yo agonizo. Saben que la gente de la casa, alarmada por un grito infernal, se precipitó a mi cuarto y encontró a un vivo y dos muertos; pero no saben lo que voy a decir ahora; no saben que el médico dijo señalando un horrible bulto descompuesto que yacía en el suelo... el lívido cadáver del sereno de la iglesia: -No tengo teoría alguna, ninguna explicación. ¡Este hombre debe de haber muerto hace meses! Creo que me muero. Desearía que el cura...

R.W. Chambers (1865-1933)

divendres, 16 de maig del 2014

L'Àngel que em guarda (per Montse Galera)


La meva pobra família em deu estar buscant. Què deuen pensar? Que he fugit? Qui ho sap! La policia deu haver trobat el cotxe aparcat a l’estació de tren de Cervera. No hi ha indicis de violència ni de lluita. El meu fill els explicarà que va pujar al tren puntual i sense mi, però no podrà jurar que no vaig marxar, dissimuladament, en un altre vagó. Tots dos coincidiran en dir que desaparèixer abandonant-los és indigne de mi. La policia, però, no tardarà a insinuar que potser he marxat voluntàriament. És el més lògic, m’agradi o no.

A hores d'ara, la meva única esperança es que algú, potser vosaltres, miraculosament llegiu això. Sincerament, crec que seria més fàcil trobar el missatge d’un nàufrag dins d’una ampolla. Però ja que hi som posats, us explicaré, amb els dits encreuats, quina és la meva situació i com hi he arribat. Ja sé que no em podreu salvar, però tal vegada m'ajudareu, si més no, a tornar la pau a la meva família. 

Jo era escriptor. Un afeccionat al qui, darrerament, havia abandonat la inspiració. Per això, sovint, necessitava sortir a la cacera d’estímuls per repoblar el seu desforestat imaginari: submergia la meva ment eixuta dins dels titulars dels diaris buscant una història que em lubriqués les neurones; segrestava converses alienes per copsar una espurna graciosa i atiar-la, fins que fos el germen d’una història. Sí, ho confesso: incapaç d’esculpir un personatge, espiava a la gent per calcar-los a la pantalla del meu ordinador.

Va ser així que, ensumant l'aire com un gos llebrer, vaig entrar, un capvespre de diumenge, a l'estació de Cervera. L'excusa era portar-hi el meu fill perquè agafés el tren a Barcelona. Mentre ell comprava el bitllet, els meus ulls van inventariar la fauna d’aquella selva civilitzada: Nois i noies entraven en petits grups, arrossegant bosses, maletes i motxilles. Pares o mares recitaven un rosari de consells i advertiments amb un to que començava amenaçador i moria entendrit pel comiat. Em vaig fixar en una noia jove, asseguda al banc, que abrigava les cames amb unes mitges espesses i calçava botes masculines. Clavant els colzes damunt les cuixes, amagava una faldilla mínima. Teclejava el mòbil a una velocitat vertiginosa. Les puntetes verdes de les ungles em van fer badar una estona, però no em va semblar una presa prou suculenta. Ni la parella que es menjaven boca. El noi amb el cabell convertit en extremitats d’aràcnid tampoc no tenia cabuda a la meva teranyina. 

Tot va donar un gir quan un home, que vaig batejar com a Àngel, va travessar la porta de l'estació i es va col·locar davant meu a l’andana. Al primer moment, semblava un home “normal”: uns cabells canosos i unes bones sabates de sola molt gruixuda acotaven una alçada irrellevant. Tot sol, esperava el tren amb la mateixa paciència que tothom. Vaig suposar que l’havia d’agafar ell o que esperava l'arribada d’algú. Tret de la textura tova del rostre -semblava que es pogués modelar la cara a caprici- res del seu aspecte endreçat excitava la imaginació: uns rectangles de colors li sortien de sota del jersei blau de pic i s’emparraven pel coll de la camisa. S'abrigava amb una caçadora també blava, massa prima pel fred que tenia jo. Va saludar amb un gest de la mà que va treure de la butxaca dels pantalons una senyora guapa que passava, mudada. Semblava que el meu home de plastilina i la seva acurada educació de persona corrent no estaven destinats a ser el meu “Edmond Dantés”.

De cop i volta, una imatge va quedar fixada a la meva retina: A l'altra mà subjectava una bossa de plàstic, amb l'anagrama d’un supermercat. Semblava plena de compra. Un diumenge al vespre no es pot a anar a comprar a cap poble de la Segarra i una bossa de la compra no és un bon equipatge: s’havia produït el miracle de la inspiració.

El tren es va aturar i va obrir les seves portes. Li vaig fer un petó al meu fill que feia olor a desig de llibertat, d'exàmens i de la colònia que m’ havia robat, i es va deixar empassar pel tren. L'Àngel es va quedar a l’andana com jo, ell esperant que el tren desaparegués per les vies i jo a prendre-li les mides al meu personatge. Amb un caminar pesant que li feia balancejar el cos va baixar les escales que duien a les vies. Allà, sota els meus ulls incrèduls, va començar a recollir les puntes d’entrepans que la gent havia llençat per les finestres del tren. Embolicats amb paper de plata lluent, havien d'apaivagar la gana que vindria del futur.

El vaig seguir a una certa distància. Algú li va dir “Adéu professor” i se'l va mirar amb respecte i vergonya continguda. Va enfilar els carrers del casc antic de Cervera, caminant damunt les llambordes que esquarteraven l’epidermis de ciutat antiga. Va entrar als baixos del que havia estat una carnisseria. Repenjat contra les rajoles blanques dormia un llit i unes columnes de llibres adornaven, com si fossin gerros, el taulell de marbre. Vaig esperar que sortís, fingint que llegia un rètol que recorda que els Reis Catòlics es van casar allí, o que admirava la flora ferrada als balcons.

Va continuar en direcció a la Paeria, darrere la que sobresurt, gegantí i poderós, un campanar. Però no hi va arribar. Va trencar per un carreró amb boca de mitja volta on mitja dotzena de gats panxuts menjaven escombraries. Va seure a les escales d’una plaça petita, mig il·luminada amb tons groguencs per uns fanals pretesament antics. Allí començava el Carreró de les bruixes. Damunt la gola negra del túnel, sobressortia, com una gàrgola, l’esfinx d’un boc. Es va treure una llibreta negra de dins la jaqueta, la va alliberar d’una goma i va començar a escriure. 

Va ser quan em va veure. Jo no tenia on amagar-me i ell em va escrutar amb una avidesa que jo reconeixia. Prenia notes de la textura de la meva pell, de les meves diferències cromàtiques, dels meus moviments, de la velocitat en que es movien els meus ulls quan, en un esforç de recuperar la dignitat, buscava precipitadament excuses que justifiquessin la meva presència allí. Enregistrava la modulació de la meva veu cercant disculpes. Esclau de les bones maneres, vaig abaixar la guàrdia, avergonyit. El caçador caçat, sense vigor per batre’s en duel. 

La boira, que fins aleshores no havia fet acte de presència, se’m va començar a ficar als ossos i a cimentar-me els pulmons. Notava al meu darrere, amb un gran terrabastall, com les llambordes del carrer es transformaven en les escates d’un rèptil enorme que, desincrustant-se del terra, va rodejar la plaça i va treure el cap per damunt de les teulades. Traient foc per la gargamella i vomitant-lo damunt meu, em va anar reduint de mida, mentre el mascle cabró de la paret em picava l’ullet i les llengües del campanar cridaven que ja era l’hora. L'Àngel es va aixecar de les escales i, prenent-me entre els seus dits molsuts, com si fos un pessic de sal, em va clavar a la seva llibreta de la manera que l'entomòleg clava una papallona amb un xinxeta. Em va anar escrivint amb la follia del qui no li queda altra cosa que el seu món interior.

Així doncs, us prego que tranquil·litzeu la meva família, digueu-los que no els he abandonat per la meva voluntat. Si estic millor o pitjor dependrà de la inspiració de l'Àngel que em guarda.

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Montse Galera

Aquesta és la segona col·laboració de Montserrat Galera al bloc, la primera és aquí

dilluns, 12 de maig del 2014

Moore, Alan


Vaig llegir el relat Companyes de labors (Compañeras de labor o Partners in Knitting en l'original) d'una tirada i mentre es feia fosc, durant un plàcid vespre de primavera que la lectura va enterbolir. De tant en tant alçava els ulls per vigilar el cel, ja que sentia la temença que s'enfosquís massa depressa i que apareguessin símbols ocults entre els plecs dels núvols.

En el recull de contes Miedo en el cuerpo (Valdemar, 2012), el text de Moore ocupa tan sols vint-i-dues planes, però se'm va fer llarg. No pas perquè sigui tediós, si no per tot el contrari: el lector cau en un estat inquiet que no para de créixer, i li resulta perversament impossible abandonar. El final es fa imprevisible i alhora s'entreveu, el crescendo és imparable. Per acabar-ho d'empitjorar, a la meitat de la lectura algun objecte es va moure a la cuina amb un soroll sec. No vaig gosar aixecar-me.

La narradora del conte és Elinor Shaw, una jove que després de ser acusada de bruixeria, està cremant a la pira en el moment de la narració. Mentre explica com ha arribat fins aquí observa les flames: els peus ja estan carbonitzats i pot veure com les flames ascendeixen per la roba, ja són a l'alçada del pit. Moore resol la paradoxa amb un recurs hàbil, amb un alentiment del temps que ens remet a un fenomen versemblant: si en el moment de la mort la vida ens passa pel davant com en una pel·lícula, el relat és aquesta pel·lícula. El temps d'una alenada: la darrera.

L'apropament de Moore al fet de la bruixeria és el millor que he llegit fins avui. Hi combina el rigor històric i l'erudició junt amb la insinuació de què en té un coneixement més íntim i vivencial. I alhora, se sap posar en una pell femenina (femenina i encesa) amb una solvència envejable.

Moore exposa un ventall de recursos narratius sorprenent per tan poques planes, practica jocs estilístics i girs argumentals amb virtuosisme i demostra una capacitat fascinant per a les descripcions plàstiques, d'una visualitat magnífica. D'això se'n diu fer literatura, un art gairebé introbable als aparadors de les llibreries. La descripció de les flames és magnífica i crea una imatge mental perfecta. I resulta tan convincent com quan descriu els éssers fantàstics que recorren el text.

Quan arribo a les darreres planes sento un cop de vent que truca als vidres del balcó, i poc després un nou soroll m'arriba des de la cuina. Diria que és el mateix objecte que s'ha mogut abans, però ara ha fet un moviment més prolongat, com si s'arossegués xocant amb altres objectes. Si pugués bellugar-me, em cobriria fins al cap amb una manta gruixuda i em faria el mort.

*          *          *

Alan Moore és un nom reconegut i estimat pels amants del còmic i del cinema, tot i que a mi no m'ha agradat mai cap de les adaptacions cinematogràfiques que li han fet. Ell també en renega, pel què n'he llegit. En tot cas, observo la fascinació que sent pel foc i els personatges incinerats, un tema recurrent i gairebé obsessiu, o una imatge de la vida com a procés de combustió (tant simbòlica com naturalista) explicada repetidament. 

Fins ahir, els meus pitjors malsons han consistit en visions aterradores de grans masses d'aigua fosca on m'ofego. Però aquesta darrera nit he entrevist un arbre en flames que em queia al damunt.

Alan Moore (2).jpg

dijous, 8 de maig del 2014

Francis, per Sairy Romero


Francis
Estamos casados pero tomamos la decisión de que es preferible dormir en cuartos separados. También discutimos la posibilidad de vivir en casas diferentes pero vecinas, sin embargo, concluimos que sería una exageración y que nos conformaríamos con mantener cierto orden y cumplir los requerimientos personales de cada uno para disfrutar la convivencia pacíficamente. Llegamos a un acuerdo en cuanto al número de horas semanales reservadas para vernos e interactuar. El resto del tiempo podemos vernos sin interrumpir la rutina del otro. Desde la infancia nos hemos inclinado a estar solos. No porque esa condición sea la más satisfactoria, sino porque comparándolo con estar rodeados de personas es notoriamente preferible. Siempre nos resultó conflictivo el hecho de que, a pesar de nuestra aversión a la compañía humana en general, seguimos siendo afectados por necesidades primitivas.

Cuando nos conocimos nos vimos forzados a interactuar por cuestiones laborales en la universidad donde enseñamos. En un momento de indiscreción no pude evitar expresar mi desprecio por un colega y su costumbre de suponer que sus congéneres inmediatos automáticamente le ofrecen confianza. Aquel compañero de trabajo comentaba constantemente que tiene facilidad para comunicarse con las personas como si las conociera desde siempre. Lo que (y en este asunto concordamos plenamente mi esposo y yo) nos parece absurdo. Al conocer a alguien desde su nacimiento es cuando se debe mantener, aún más, una distancia apropiada y un cuidado minucioso de las ideas que se comunican. No tardamos en decidir que tendríamos un hijo.

Francis fue el nombre que elegimos. Los indicios de esta decisión aparecieron el mismo día que tuvimos la primera conversación sobre el deplorable colega. Pero, y esto se dio de manera implícita (la facilidad para los convenios implícitos es la virtud primordial de nuestra relación), no fue dicho en voz alta hasta después de algunas semanas de prueba de convivencia. Después de este tiempo transcribimos un documento manifestando los mínimos percances que notamos en las semanas precedentes. Redactamos las soluciones más acertadas (como las habitaciones separadas y el horario de interacción) y observamos que no habría mayor dificultad en el proceso.

Las primeras dudas surgieron antes de la concepción, un factor incierto que requería mucha planeación y control de contingencias. Después de las cavilaciones individuales suficientes lo consultamos y acordamos que cualquier vicisitud puede dominarse con una crianza estricta. Las aportaciones en cuanto a qué tipo de crianza le daríamos a nuestro hijo resultaron equilibradas. Mi esposo proporcionó sus datos empíricos debido a que fue criado de una forma escrupulosa y las consecuencias de ello fueron evidentemente aceptables. En mi caso, un poco más turbio, fue todo lo contrario. En mi familia existía una escandalosa desorganización constante que pudo haber tenido efectos lamentables en mi formación final, pero por determinación y por una innata capacidad de análisis más que por suerte, sucedió lo contrario. Aprendí a convertirme en todo lo opuesto a mis familiares, lo que me da cierta ventaja para lidiar con eventualidades remotas y comportamientos inadmisibles en nuestro primogénito.

La tarde del 22 de diciembre, el padre de Francis cometió una imprudencia resultada de los defectos en su formación (cuando sus padres no supieron erradicar, desde su origen, sus tendencias inquisidoras). Me informó que estuvo leyendo un ensayo inconcluso que Francis ha estado escribiendo desde hace varios meses. Los siguientes párrafos son los fragmentos que considero más relevantes de todo el trabajo.Francis llegó a su adolescencia siendo un modelo de eminencia más notable de lo previsto. En ningún momento tuvimos que tomar medidas extremas para guiar su comportamiento y personalidad hacia lo correcto. Desde su infancia temprana se convirtió en un lector ávido de los tomos seleccionados concretamente para él. Diferenciándose de su padre, quien tuvo que ser obligado a leer la colección de su biblioteca y sus padres tuvieron que erradicarle cierta tendencia a indagar otros libros que no pertenecían a ella. De ninguna manera esta clase de crianza linda con la tiranía. A una edad adecuada, a la que Francis llegó recientemente al cumplir catorce años, pudo elegir los libros de su preferencia y no influenciamos ni censuramos sus elecciones más de lo conveniente. Las personas que pululan por las calles están abiertas a percibir y absorber el mundo sin ninguna clase de filtro que les permita a discernir entre cantidades inefables de información cruda. Esa es la verdadera tiranía del mundo actual. Francis es el prototipo sobresaliente de un humano que examina meticulosamente la nueva información que recibe y no absorbe más hasta aprehender todos los aspectos de esa última. Naturalmente no han aparecido vestigios de desorden alguno en sus procesos mentales.

[…]

Mis padres son personas admirables, pero examinando mi formación como futuro adulto, sería negligente no analizar el proceso educativo por el que he sido cultivado. Aunque la lógica, a simple vista, muestre que no es necesario poner en duda tal proceso basándome en los resultados adquiridos. He encontrado que las fallas en mis procesos de pensamiento se originan en la creencia de que es remota la posibilidad de que mi capacidad de análisis y los métodos que aprendí de mis progenitores sean falibles. En los casos en los que he descubierto errores, puedo notar que se derivan del proceso inevitable de desgaste o estancamiento de sus cualidades intelectuales. Lo que está afectando mi rendimiento involuntaria pero comprensiblemente. No puedo dejar de tomar responsabilidad por la falta de acción ante ello, especialmente cuando la fuente de los errores ya está descubierta. Las medidas preventivas que he comenzado a considerar son dudosas y discutibles.

[…]

Observando el comportamiento de mis padres durante los últimos meses, se ha vuelto más obvio el estancamiento mental. El cimiento más importante de sus enseñanzas es el avance como fundamento de la continuidad de la vida. No sólo el avance temporal ineludible y los cambios ocurridos como consecuencia directa del entorno, pero el avance hacia una meta intelectual cambiante. Ha resultado particularmente inquietante presenciar la cotidianidad de mis familiares cuando, cada día más, se basa en una repetición absurda. Otro principio del progreso de mi aprendizaje es el hábito, altamente necesario para ejercitar cualquier habilidad que desee perfeccionar. Pero en el caso de ellos, el hábito que debería sostener y asegurar el crecimiento mental ha absorbido eso que sí debe mantenerse en constante mutación: el producto inventivo de tal hábito a través del tiempo.

Tropezarme con el hecho de que la existencia de mis padres se ha convertido en una nimiedad sin justificación me ha enfrentado con la futilidad de mis propias ambiciones. Me he visto fantaseando con una posibilidad que antes me parecía impensable. Además de los beneficios personales que el cumplimiento de esa fantasía implicaría, existen otros beneficios a mayor escala. Una escala mundial o ecológica, e incluso ontológica. Si pensamos en significación, o llanamente lo reflexionamos de una manera pragmática, la terminación súbita de la vida de mis padres no tendría ninguna consecuencia negativa. Considerando que su función principal, mi formación, ya ha sido cumplida, y lo que resta no es más que el sinsentido de una repetición obsoleta que, según la evidencia, no traerá ningún producto relevante a las circunstancias actuales del mundo y dudablemente lo traerá a futuro.

Meditando sobre el método que prosigue, han llamado mi atención el hacha y el taladro que mi padre guarda en el armario de las herramientas.

El argumento de Francis nos pareció discutiblemente lógico, pero ciertamente convincente. Me atrevo a suponer que lo primero que mi esposo recomendará será un método más limpio, menos violento. En definitiva acordaremos que Francis debe tener razones fundamentadas y escucharemos lo que tenga que decir en defensa de su selección de instrumentos. Después de las cavilaciones individuales suficientes lo consultaremos.

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Sairy Romero

És veneçolana i viu a Mèxic, on va néixer el 1992. Té debilitat pel cinema i la ciència ficció. És una estudiant de Ciències de la Comunicació que omple documents de Word buits perquè és més divertit que pagar-li a un psicoanalista.

Aquest text és el primer que apareix en aquest bloc en llengua castellana, tot i que no serà el darrer. No penso que calgui justificar la qüestió idiomàtica en un país com aquest, on es parlen tantes llengües, però crec que és oportú explicar la història de com he arribat al conte que precedeix aquestes quatre ratlles. 

Fa uns mesos em vaig trobar un relat seu fascinant, inquietant i on mostrava una esgarrifosa habilitat per al conte breu i d'horror. Em vaig quedar extasiat en la lectura, i la resposta que van donar les meves vísceres fou traduir-la al català. Ho vaig fer així, sense pensar. En aquella ocasió em vaig preguntar com devia escriure Poe (Poe posem per cas) als vint-i-dos anys. Vaig il·lustrar el text traduït i el vaig incloure al bloc.

Poc després de la gosadia vaig rebre un correu electrònic. Era de Sairy Romero: per aquells miracles previsibles i les meravelles de la tecnologia del món global, havia trobat la meva adaptació. Vam intercanviar alguns correus i finalment em va donar permís per traduir un altre dels seus relats. Però he decidit no traduir-lo. Tinc en compte que la seva llengua i la meva són germanes, i que al meu país la traducció és innecessària. Jo no sempre puc gaudir d'un text en llengua original, perquè tan sols llegeixo català, castellà i francès. No sóc ningú per interposar-me entre el lector i aquesta petita joia lluent.

Si penso què m'agradaria més que passés a partir d'ara, és que algun editor ho llegís.

dissabte, 3 de maig del 2014

True detective, cites i referències

a l'Anna Maria Villalonga, amb agraïment



Abans de res he d'explicar que mai no he seguit una sèrie de televisió. Una predisposició natural m'impedeix de fer-ho: em canso i m'avorreixo, potser per un remot dèficit d'atenció que arrossego des de la infantesa. Ho diré més clar encara: no he vist mai El cor de la ciutat, ni La Riera. I molt pitjor: ni un sol mal capítol de The Wire.

De manera que True detective ha estat una excepció i molt possiblement una flor que no farà estiu. Quan vaig saber que constava de tan sols vuit capítols de cinquanta minuts cadascun vaig dir-me: i si... i si ho provo?

La meva impressió és que True detective no és una sèrie, sinó una pel·li de vuit hores de durada. I una pel·li excel·lent, sense arribar a ser genial (de genis no n'hi ha gaire, per fortuna nostra). Com que deu haver-se escrit molt sobre la qüestió, ressenyo només els aspectes que més m'han agradat.

True detective conté una gran quantitat de referències cinèfiles i literàries, una llista d'homenatges i cites que no pretenc haver detectat en tota l'extensió, però que he celebrat i que em limito a relacionar. Són aquests elements els que m'han fet gaudir i estimar la proposta.

  • Friedrich Dürrenmatt i La promesa: la novel·la de Dürrenmatt és la font d'inspiració principal de l'argument, i en especial del seu protagonista, l'agent Rust Cohle. La visió del món, de la vida i les eleccions morals del policia són una derivació directa de l'escriptor suís i del seu detectiu Matthäi. La trama policíaca gira sobre l'eix de l'assassinat d'una menor d'edat, el cos de la qual és trobat en un bosc. L'estratègia del detectiu per enxampar el culpable (que es perllonga disset anys) és idèntica: la investigació es converteix en un imperatiu moral que cal afrontar com a persona i no com a funcionari policial. La idea del sacrifici personal és la clau: l'investigador necessita identificar el mal perquè aquesta acció dóna sentit a una vida desproveïda de sentit, en un món insuportable perquè sembla buit: només hi ha atzar i contingència, gratuïtat i buidor còsmica? Potser és agafat pels pèls, però l'alter ego de Rust Cohle es diu Martin Hart: Matthäi? El guionista de True detective potser vol evidenciar massa aquest sacrifici quan identifica icònicament Cohle amb Jesucrist -i en aquest sentit s'allunya de Dürrenmatt- però possiblement vol deixar clar que l'obra tracta de les eleccions morals i ètiques, que són les úniques vies per accedir a la pau d'esperit: això explica la darrera frase del detectiu en la darrera escena.
  • Robert W. Chambers i The King in Yellow. Chambers (un paradoxal escriptor contemporani de Lovecraft en diversos sentits) va escriure aquest llibre de relats d'inquietud, una peça única i brillant del gènere. Es tracta d'un recull de contes on s'anomena intermitentment un llibre que fa embogir el desprevingut que el llegeix: però només sabem que El rei de groc és un volum enquadernat en cuir groc i degut a la ment d'un pertorbat, o d'algú que pot pertorbar sense remei la ment del lector, que caurà en una espiral d'horror. La lectura de El rei de groc és sempre una premonició de mort. Chambers, que va viatjar a França, degué beure del romanticisme gòtic i de la idea (catòlica?) que certs coneixements pagans són tabús castigats severament. Mai no diu gran cosa del contingut del llibre maleït i seria -com diuen els cinèfils- un McGuffin. The King in Yellow (el llibre que s'anomena i mai no s'explica) és un precedent obvi del Necronomicon de Lovecraft, de la capseta misteriosa de Ese oscuro objeto del deseo o del maletí mortal de Kiss Me Deadly -la més buñueliana pel·li del cinema negre nord-americà. (Cal dir que Lovecraft tenia una opinió nefasta de Chambers perquè va abandonar la literatura d'horror i es va dedicar al folletí). A True detective, les referències constants a The King in Yellow tenen el mateix sentit enigmàtic: indiquen i suggereixen, però mai no se'n coneix el contingut o el significat concret. 
  • Ambrose Bierce i Carcosa. Carcosa, que apareix a la sèrie com un no-lloc on el mal es concreta, és una terrorífica ciutat dels morts inventada per Ambrose Bierce, un altre autor nord-americà poc reconegut. El relat Un habitant de Carcosa conté imatges oníriques i es refereix a un terror metafísic i especulatiu molt habitual en Bierce. Se sol pensar que Carcosa és una mala interpretació que Bierce va fer de Carcassona: en l'imaginari nord-americà, les ciutats medievals europees despertaven la fantasia romàntica. En el relat de Bierce hi ha una curiosa connexió amb el Pedro Páramo de Juan Rulfo, escrita gairebé cent anys més tard. 
  • Bram Stoker i Dràcula: a True detective, un confident de la policia que apareix en dues ocasions remet directament a Renfield, el pacient empresonat de Stoker sotmès a la influència perversa del vampir. Com Renfield, el personatge és un reu posseït per una atracció ambivalent envers el monstre. Amb l'obra de Stoker, la pel·lícula també hi comparteix la idea que el mal és un factor contaminant, capaç de propagar-se per contagi entre les classes socials i en sentit descendent.
  • Lovecraft en persona: alguns diàlegs i personatges remeten a l'imaginari del geni de Rhode Island, i en particular a El cas de Charles Dexter Ward. (No ho puc explicar millor si no vull fer un spoiler). Com en el relat de Lovecraft, el factor del parentiu i de la descendència familiar (fills legítims i il·legítims) i la tendència de la oligarquia terratinent a mantenir els rituals pagans és rellevant. Junt amb Lovecraft, True detective també s'apropa a la supervivència possible dels rituals ancestrals del neolític i dels arcans, un argument explorat entre d'altres per Ramsey Campbell.
  • David Lynch i Twin Peaks. En el món de les sèries de tv dedicades a mostrar el costat fosc de la Terra, resulta impensable no referir-se a Lynch. True detective li fa una referència directa al primer episodi quan mostra en primer pla el cos de la víctima a la sala d'autòpsies: és la imatge de Laura Palmer, tot i que invertida. Al llarg dels vuit episodis hi ha personatges estravagants (predicadors, cacics, polis corruptes i agents d'afers interns) així com escenaris surrealistes (el prostíbul enmig del bosc, esglésies, escoles privades, cambres plenes de nines, coves, xiringuitos...) que es deuen a l'imaginari de Lynch.
  • The Blair Witch project: una bona part de l'ornamentació estètica del mal s'inspira en aquest film de culte, una cinta que al seu torn fa referències a d'altres: des de l'expressionisme alemany fins a -passant pel Jacques Torneur de La nit del dimoni o Vaig caminar amb un zombi- cintes de la sèrie B de tota mena, inclosa Holocaust caníbal.
  • Angel Heart: quan Alan Parker va adaptar la novel·la de William Hjortsberg, va traslladar els escenaris de Nova York a Nova Orléans: les zones pantanoses del sud dels EUA, el vudú i la santeria li oferien un imaginari i una estètica més suggerent i més macabra, que van enriquir la trama argumental. True detective també transcorre a l'estat de Louisiana, que ofereix topònims fantàstics com New Iberia, Alexandria, Sulphur, Lafayette o Baton Rouge.
  • Luis Buñuel i l'Âge d'Or. Al capítol vuitè (i darrer) hi apareix una versió de Jesucrist sense barba i ridiculitzada que remet al personatge de Buñuel de l'Âge d'or. Al llarg de tota l'obra hi ha referències a la iconografia cristiana que mostren el coneixement de l'obra de Buñuel, un autor que als EUA (en determinats cercles, és clar) té una poderosa influència, més accentuada darrerament i força visible en molts autors del cinema, potser posteriors a David Lynch i els germans Quay. Sobre Buñuel també hi ha una remota referència a Belle de Jour.
  • La referència catalana: la posició del cadàver que fa arrencar l'argument és idèntica a la del cos ritualitzat de El segon nom, la pel·lícula que va dirigir Paco Plaza el 2002 a partir d'un text de Ramsey Campbell.